Rómulo Aguillaume. M.D. *
El psicoanálisis ha cambiado su función en la cultura intelectual de nuestro tiempo de acuerdo con los cambios sociales fundamentales que tuvieron lugar durante la primera mitad del siglo. El colapso de la era liberal, la propagación del sistema totalitario y los esfuerzos por detener su expansión, ser reflejan en la posición del psicoanálisis. Durante sus veinte años de desarrollo después de la primera Guerra Mundial, el psicoanálisis elaboró los conceptos para la crítica psicológica del más altamente apreciado logro de la era moderna: el individuo. Freud demostró que la compulsión, la represión y la renunciación eran los elementos de que estaba hecha la “libre personalidad”; reconoció la “infelicidad general” de la sociedad como los límites insuperables de la salud y la normalidad. El psicoanálisis era una teoría radicalmente crítica. Después cuando la Europa Central y el Este pasaron por los levantamientos revolucionarios, se hizo claro hasta que punto el psicoanálisis estaba todavía comprometido con la sociedad cuyos secretos revelaba: la concepción psicoanalítica del hombre, con su fe en la incambiabilidad básica de la naturaleza humana se reveló como “reaccionaria”: las teorías freudianas parecían implicar que los ideales humanitarios del socialismo eran humanamente inalcanzables.
Entonces, las revisiones del psicoanálisis empezaron a adquirir importancia. (xiii )
Estas palabras con las que empieza H. Marcuse su crítica al revisionismo neofreudiano, con Erich Fromm a la cabeza, son nada menos que del año 1953. Desde entonces las teorías psicoanalíticas se han multiplicado y, todas sin excepción, han construido su andamiaje sobre la crítica a la metapsicología freudiana en lo teórico y la neutralidad del analista en lo práctico. Crítica que, en mi opinión ha permitido el enriquecimiento teórico y práctico del psicoanálisis pero, a la vez ha contribuido a oscurecer y crear confusión en torno a ese sujeto psíquico que la metapsicología definió. Sujeto psíquico, sujeto social y sujeto biológico quedan actualmente confundidos por algunos en una práxis y una teoría condicionadas por un epistema de eficacia que recorre todo el campo del saber en la sociedad postmoderna.
En la historia del psicoanálisis vemos momentos donde delimitar y fijar, tanto el objeto de estudio como las praxis adecuadas, se convierten en preocupaciones centrales. Son momentos donde la necesidad de concretar los referentes identitarios del psicoanálisis son imprescindibles. En otros momentos la actitud es menos estricta y se intenta, incluso, la integración, tanto en el corpus teórico como en la práctica, de elementos procedentes de ciencias limítrofes.
Me refiero fundamentalmente a dos: la mirada desde el campo socio-cultural y la mirada de la neurociencia. Integrar al psicoanálisis lo socio-cultural y la neurociencia está hoy en la base de algunas “escuelas” psicoanalíticas.
Creo que no es exagerado decir que ambas posiciones –que llamaremos identitaria e integradora- pueden ser encontradas ya desde el comienzo mismo del psicoanálisis, esto es, en la propia obra de Freud. Esa posición identitaria produjo desde el principio, exclusiones que inauguraron luchas que reflejaban, aparentemente, intereses de poder, políticos, ajenos al propio desarrollo del psicoanálisis como ciencia. Pero que lo político, o lo social están presentes en el desarrollo de la ciencia como en cualquier actividad humana no debe impedir que la especificidad de dicha ciencia quede absorbida por su dimensión socio-política. Quiero decir, que la necesidad de definir y diferenciar el campo del psicoanálisis de lo social o lo biológico se sigue manteniendo y produce, inevitablemente, una definición identitaria que marca límites más allá de los enfrentamientos socio-políticos institucionales. En definitiva, el objeto del psicoanálisis y la praxis –el encuadre- que le hace posible, van a seguir siendo preocupaciones centrales.
La necesidad de que lo social ocupe el lugar que le corresponde en la formación de la subjetividad no quedó resuelto con el celebre pasaje de Freud (1920, p. )i: En la vida anímica individual- nos dice Freud- aparece integrado siempre, efectivamente, el otro, como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado». El problema es como se integra el otro y a que se integra, quiero decir que la integración de los múltiples condicionantes en que el sujeto se encuentra: imaginario social, clase, tradición, cultura, raza etc. deben hacerse posibles en el método, objeto y metapsicología psicoanalítica, esto es, que los supuestos paradigmas psicoanalíticos no desaparezcan en una mezcla inespecífica de todas estas variables. En cualquier caso, eso no impide contemplar la importancia de lo social que como nos dice Castoriadis, “La socialización no es una simple adjunción de elementos exteriores a un núcleo psíquico que quedaría inalterado; sus efectos están inextricablemente entramados con la psique que sí existe en la realidad efectiva.ii
Considerar las teorías y métodos psicoanalíticos en su relación con el imaginario social va a seguir siendo un tema ineludible y que en términos más cercanos a la clínica lo podríamos plantear como pregunta: “¿Cómo puede verse en el desarrollo del niño un proceso natural y, al mismo tiempo, la historia social de su formación?iii Como deciamos, la tensión entre lo natural y lo sociocultural ha sido un buen referente que ha hecho evolucionar el psicoanálisis y enriquecerse en un gran número de corrientes y escuelas, que reflejan en su nacimiento y desarrollo las influencias de lo social y el cambio de sus imaginarios y, por otra parte los cambios internos que han alcanzado a su propio método. Crisis social y crisis del método marcan lo que para algunos es la crisis del psicoanálisis y para otros simplemente un nuevo momento de su desarrollo. En palabras de Jorge Ahumada, “La llamada “crisis del psicoanálisis” deriva de una crisis del pensar acerca de si en la sociedad global, crisis en cuya génesis juega un papel principal el pasaje desde la aculturación en el medio familiar y la cultura de lo escrito hacia la aculturación de los medios visualesiv Y la otra causa de la crisis está en la actitud de las sociedades psicoanalíticas que difunden y banalizan los conceptos y abandonan el método. Hasta aquí la opinión de Ahumada.
Tambi
én Cornelius Castoriadis desde posiciones epistemológicas distintas coincide en el diagnóstico social en su incidencia sobre el psicoanálisis. En este caso la aculturación se expresa como la ausencia de un imaginario social que facilite identificaciones que estarían en la base de la reflexibilidad, esto es de la función del pensamiento.
La crisis de la modernidad, de su imaginario y de sus significaciones y del sujeto antropológico que produjo ha marcado profundamente tanto el lugar que ocupa actualmente el psicoanálisis, los modelos teóricos en que se apoya y la práctica en que se sustenta. Crisis de la modernidad que podríamos resumir como el fallo en la credulidad ante el progreso y la verdad científica.
François Lyotardv definió la postmodernidad: “Simplificando al máximo- escribe Lyotard- defino lo postmoderno como la incredulidad ante las metanarraciones”. Y como ya sabemos, el conocimiento científico como fundamento del progreso y de la emancipación es la principal “metanarración” que queda cuestionada.
El objeto del conocimiento científico queda cuestionado y el proyecto epistemológico clásico cambia: “el campo de la epistemología clásica tal y como la entendemos en la actualidad surge de la idea de que la mente es capaz de crear representaciones que reflejen de forma exacta lo que está ahí afuera; el conocimiento pues, es posible en tanto la mente crea representaciones exactas al mundo exterior. (…) Pero esta idea básica, centro del proyecto epistemológico no es ya aceptada por muchos autores que consideran que “hay que abandonar la noción del conocimiento en cuanto representación exacta, que resulta posible gracias a procesos mentales especiales e inteligible gracias a una teoría general de la representación”. viEl problema es que sin ese imaginario de verdad y progreso, impregnándolo todo habría que preguntarse cual sería su sustituto. Para algunos la respuesta ya es conocida y esta entre nosotros: hemos pasado de un imaginario donde la verdad era posible a un imaginario donde la eficacia viene a ocupar su lugar. 1En tiempos de Freud el psicoanálisis era cuestionado desde criterios de cientificidad. En los tiempos actuales desde criterios de eficacia. El tipo antropológico ha pasado, del obsesivo meticuloso capaz de exterminar minuciosamente a millones de individuos, fundamentado en estudios profundos sobre la verdad empírica de la superioridad de tal raza, al individuo fragmentado de la postmodernidad. “…, en las condiciones de la postmodernidad, los sujetos se hallan constituidos en diferentes configuraciones con relación a las estructuras interpersonales de comunicación, las cuales promueven el uso defensivo de la negación y el antipensamiento. Opinan que vivimos en un mundo amenazador en el que la tecnología despersonaliza al individuo, el marketing vacía los objetos de significado y los sujetos se encuentran frente al constante dilema de discriminación entre lo que es real o irreal, dentro y fuera, la autenticidad y la inautenticidad, etc. Dado que las formas sociales y culturales ofrecen muy poca contención emocional y estabilidad personal, la ansiedad y la desesperación se incrementan forzosamente- podemos ver con facilidad cómo los síntomas de ansiedad son cada vez más y más frecuentes en las consultas médicas y psiquiátricas-, y nuestros recursos internos para hacernos cargo del sufrimiento psíquico disminuyen. Ello comporta una excesiva identificación proyectiva, con incremento de los objetos extravagantes y una disminución del significado y de la capacidad para elaborar sentimientos y pensamientos. vii
Para E. Roudinesco “el sufrimiento psíquico se manifiesta hoy bajo la forma de la depresión”, aunque termina, igualmente haciendo del pensamiento, de la ausencia de reflexión la causa de su malestar. Así, el paciente actual, nos dice Roudinesco, “pasa del psicoanálisis, a la psicofarmacología y de la psicoterapia a la homeopatía sin tomarse tiempo para reflexionar acerca del origen de su desdicha”viii
En una primera conclusión, si es que podemos concluir algo diríamos que la sociedad postmoderna produce un sujeto que no piensa , que no reflexiona, posiblemente porque la importancia de la temporalidad ha cambiado, que el sujeto actual vive en un presente omnipresente, que lo anula todo, que el pasado no existe, que las nuevas tecnologías ponen al sujeto en condiciones de inmediatez, que el futuro ya no es un proyecto, ni el pasado una palanca de experiencia. Si esto ha cambiado así, o en parte ha cambiado así, quiere decirse que la función reflexiva del pensamiento va desapareciendo, y que el psicoanálisis en tanto acción reflexiva, se encuentra en precario. Yo no estaría tan seguro de todo esto. Creo que el sujeto postmoderno sigue pensando, sigue deseando y que lo que ha cambiado es el contenido de su pensamiento y los goces de sus deseos y, que como psicoanalistas debemos captar estos nuevos cambios. Ahora ya no estamos en una sociedad de lectores- dicen- y el deseo queda obturado en una sociedad de consumo- también dicen. Bueno, pues esa es la sociedad en la que estamos y en la que debemos trabajar, sin perder, por ello, la especificidad de nuestra disciplina y convertirla en una ideología más.
El psicoanálisis por su condición de ciencia natural y ciencia social, es decir por su complejidad epistemológica, se resiste a aceptar determinados cambios donde ambas condiciones no sean tenidas en cuenta. Fuerza y sentido expresan ambos ambos aspectos.
La polémica Fromm-Marcuse se basa precisamente en esta diferencia de orígenes. Mientras Fromm se aparta de la metapsicología freudiana y elabora una teoría nueva – por lo menos en lo que afecta a los conceptos más básicos- Marcuse se mantiene relativamente fiel a la metapsicología freudiana y profundiza en ella como instrumento tanto de explicación de lo social como de su posible transformación.
Marcuse retoma la polémica iniciada por Adorno en 1946 contra el neofreudismo que reducía el ello en beneficio del yo, abandonaba la teoría de las pulsiones y rechazaba la concepción freudiana de la sexualidad.
Con esta orientación, según Adorno, se reintroducía el principio de una adaptación social conforme a las ideas de la sociedad industrial.
En 1955 en Eros y civilización , Marcuse retoma este argumento e invierte la concepción freudiana de las pulsiones. En lugar de ver en la pulsión de muerte el principal motor del destino humana, sostuvo que el eros ( o principio del placer) era la única fuerza capaz de luchar contra el orden establecido (principio de realidad) y contra tanatos, fuente de toda resignación y todos los pesimismos. Marcuse preconizaba una teoría de la liberación que lo llevó a imaginar una sociedad basada en la superación de los conflictos y en la posible pacificación de la existencia. De esta forma se separaba de Adorno y de M. Horkheimer apegados a la pulsión de muerte y del propio Freud, convirtiendo la teoría psicoanalítica en parte de una ideología liberadora.
Decadas más tarde la reflexión de Castoriadis viene a colocar toda esta problematica de lo social en el centro de una situación más cercana al momento actual donde lo postmoderno parece presentarnos las cosas de otra manera, tal y como hemos señalado.
Lo social, tal cual es conceptualizado por Castoriadis, incide de lleno en el psicoanálisis en tanto es definido como un “magma de significaciones imaginarias sociales” encarnadas en instituciones. Como tal, regula el decir y orienta la acción de los miembros de esa sociedad, en la que determina tanto las maneras de sentir y desear como las maneras de pensar. “El imaginario social provee a la psique de significaciones y valores, y a los individuos les da los medios para comunicarse y les dota de las formas de la cooperación: Es así, no a la inversa.” ixQuiere decirse que no es el sujeto surgiendo de la conflictiva edípica o narcisista quien construye lo social, sino a la inversa, una sociedad que excreta individuos conformados según su imaginario. De nuevo el culturalismo en versión más compleja.
Charles Taylor en su libro Imaginarios sociales modernos – en el que es capaz de no nombrar ni una sola vez a Castoriadis, nos presenta el imaginario moderno occidental como surgiendo a través “de ciertas formas sociales, características de la modernidad occidental: la economía de mercado, la esfera pública y el autogobierno del pueblo. Entre otras.”x. Precisamente todas ellas en crisis y fallando en estos momentos.
Algo no está en crisis cuando esta establecido y es inamovible y en el caso de la familia, por ejemplo, esto no ocurrió nunca: entre la familia romana y la familia actual hay una gran diferencia y no podemos decir que el sufrimiento psíquico depende de una u otra organización familiar. Por tanto no es la crisis familiar lo determinante, sí parecería serlo las condiciones en que los valores o, en terminología de Castoriadis, las significaciones imaginarias sociales, fallan en la presencia en que cualquier sociedad demanda para facilitar los procesos identificatorios. Se quiere decir, que los apuntalamientos del proceso identificatorio en sus entidades socialmente instituidas ya sea la familia, la escuela o el trabajo, son elementos claves en la constitución de la subjetividad. Para Castoriadis cada sociedad produce su propio mundo creando las significaciones, los valores que le son propias y que tienen una función triple: estructuran las representaciones del mundo en general, designan las finalidades de la acción, lo que se puede y no se puede hacer y, por último crea los tipos de afectos característicos de esa sociedad. Representaciones, finalidades y afectos producirían sujetos antropológicamente diferentes. La novela de Jonathan Littel, Las benévolas xinos muestra un tipo antropológico, Max Aue, que solo se podría dar en un momento histórico como el de la Alemania nazi. Pero Max Aue no es un sujeto enfermo desde el punto de vista psicopatológico, por mucha repugnancia que nos produzca su figura. Es un sujeto antropológico no un sujeto psíquico. El sujeto antropológico deviene de la sociología, es el sujeto social, mientras el sujeto psíquico es anterior y hunde sus raíces no solo en lo social.
Permítaseme comentar algo más sobre el sujeto, tal y como se concibe desde el modelo de Castoriadis y que si parece tener cierto interés desde el punto de vista del psicoanálisis.
Cornelius Castoriadis hace un intento por fijar el sujeto que el estructuralismo extravía. “Los discursos sobre la muerte del hombre y el fin del sujeto- nos dice Castoriadis- no fueron nunca otra cosa que la cobertura pseudo-teórica de una evasión de la responsabilidad- por parte del psicoanalista, del pensador, del ciudadano”xii. A partir de esta posición crítica y de la dificultad de pensar el sujeto en su totalidad, después de la pluralidad de sujetos que el psicoanálisis introduce con sus instancias psíquicas, Castoriadis se pregunta ¿puede formularse una noción del sujeto que las recubra a todas y que no sea simplemente formal, es decir, más o menos vacía? (Id.)
La subjetividad se expresa en una multitud de regiones donde impera el para si, esto es, donde la relación con el mundo se manifestará con una finalidad básica de preservar “la especificidad, el ser aparte” y en este sentido describe Castoriadis cuatro regiones donde ese para si de la subjetividad se manifiesta: el para si de lo viviente, de lo psíquico, del individuo social y de la sociedad. Cuatro regiones que interactúan entre si pero que permanecen autónomas que es lo que a mi me interesa resaltar, esto es, la posibilidad de estudiar la subjetividad en distintos niveles de su manifestación, sobre todo en lo que se refiere a la existencia de un sujeto psíquico y otro social. Así “…estamos siempre frente a una realidad humana en la cual la realidad social (la dimensión social de esta realidad) recubre casi totalmente la realidad psíquica. Y, en un primer sentido, el “sujeto” se presenta como esta extraña totalidad, totalidad que es y no es una al mismo tiempo, composición paradójica de un cuerpo biológico, de un ser social (individuo socialmente definido), de una “persona” más o menos consciente, en fin, de una psique inconsciente (de una realdad psíquica y de un aparato psíquico) el todo supremamente heterogéneo y no obstante definitivamente indisociable. De tal forma se nos presenta el fenómeno humano, es frente a esta nebulosa que debemos pensar la pregunta por el sujeto” (Id.).
Castoriadis contempla la dificultad de unificar todos estos sujetos, obvia esta dificultad y define el sujeto del psicoanálisis como meramente proyecto. La necesidad de una interpretación va dirigida a un alguien que todavía no existe “ya que aquello a lo que se apunta a través de una cura es la transformación efectiva de alguien, ni previsible ni definible de antemano…” (Id.) Aquí el sujeto debe advenir, así como antes lo era el Yo. “Este sujeto no es simplemente real, no está dado, debe ser hecho y se hace mediante ciertas condiciones y dentro de ciertas circunstancias. El fin del análisis es hacerlo advenir” (…) Este sujeto, la subjetividad humana, está caracterizado por la reflexividad (que no debe confundirse con el mero pensamiento) y por la voluntad o capacidad de acción deliberada, en el sentido pleno de este término”. (Id.)
En cualquier caso,el sujeto psíquico por debajo del social y éste, recubriéndolo todo, nos devuelve una imagen donde el supuesto sujeto, del que nos habla Castoriadis, queda nuevamente sin sustantivar, pero sí delimitado en esferas e interrelaciones de gran valor heurístico.
¿Hasta que punto el sujeto psíquico puede sostener todo ese universo de significados que lo social pretende imponer? Es evidente que entre el sujeto social encarnado por Platón y el sujeto social actual hay enormes diferencias. Sin embargo ya no sería tan evidente la diferencia entre el sujeto psíquico en distintos momentos históricos. La evolución psíquica es muy lenta determinada posiblemente por factores complejos, no así la evolución social. Quizá esa desarmonía sea la responsable de las dificultades psicológicas y de las llamadas enfermedades mentales. Quizás la compulsión a la repetición no sea más que la resistencia de lo psicológico a abandonar posiciones que el sujeto social plantea. La naturaleza impone límites a la cultura y ésta impone presiones a aquella. Este sujeto, que no es simplemente real que no está dado y que debe ser hecho y que se hace mediante ciertas condiciones y dentro de ciertas circunstancias, nos permite anticipar que las condiciones son las del método psicoanalítico y las circunstancias las del imaginario social. Circunstancias como el deterioro progresivo del socialismo real, desde los años sesenta y su culminación en la caída del muro, no llegaron, sin embargo a afectar a ese supuesto sujeto psíquico. No nos encontramos con olas de suicidios, como hubiera sido lo esperable, sino con cambios en el imaginario social: la fragmentación y el escepticismo de la posición postmoderna, esto es una ideología del desencanto intelectual surgida del fracaso de la utopía.
Para Freud el factor último, más allá del cual no es posible ir, es donde debemos buscar, como psicoanalistas, el referente de lo psíquico. Un factor social nunca es un factor último, siempre puede ser reducido a una vicisitud pulsional y estas, a su vez, serán entendidas dinámicamente en la conflictiva edípica. La muerte del rey es la muerte del padre, que a su vez lo es por el deseo hacia la madre, que a su vez lo es por el plus de placer que representa, placer que ya marca una dimensión psíquica en que la descarga pulsional se expresa. Pero si la pulsión nos parece anticuada podemos acudir a las relaciones de objeto, las que se dan primariamente en el seno familiar. Este “familiarismo” pasaría a ser el referente último. Este modelo, aparentemente reduccionista, y que está en la base de la praxis psicoanalítica, no clausura ni mucho menos, un conocimiento que se abre a lo social precisamente a través del concepto de sublimación, aunque éste, el placer sublimatorio siempre fue un placer de segunda categoría incapaz de competir con el placer pulsional. Pero, en tanto la realidad psíquica es la realidad del psicoanálisis y no la realidad social, nos encontramos con una dificultad que esta en la base de todo este problema, sujeto psíquico, o más especificamente , sujeto de la pulsión, será el último referente de la práxis psicoanalítica.
“”¿ Qué quiere decir “sujeto de la pulsión?” Pese a su ambigüedad, la expresión es rica en sentidos. Decir que no hay sujeto sino como sujeto de la pulsión es afirmar que la subjetividad se manifiesta a raíz de una meta pulsional que se ha de cumplir, de un objeto que se ha de conquistar; la subjetividad se ve arrastrada aquí por un empuje que surge de las fuentes del cuerpo y que pone al ser en movimiento, haciéndolo salirse de sí mismo, e invitándolo a consumirse en esa búsqueda. Dejamos así muy atrás la concepción antigua de un sujeto neutro, distante de sí, desapasionado, o dueño de su destino. Si hay sujeto, si este no es una ilusión, su proyecto tiene grandes posibilidades de ser aquel más que ningún otro. En ultima instancia, toma la delantera la otra acepción del termino. Se hablaría del sujeto de la pulsión como se dice “súbdito de su Majestad”
Se concebiría entonces al sujeto, no como una entidad fija, estable, permanente, centro de todas las acciones y de todos los pensamientos del ser, sino por el contrario como la resultante precaria y cambiante – una veces dominante y otras dominada- del diálogo que mantiene permanentemente con la pulsión. Unas veces conduce a ésta y en otras es conducida por ella. En ciertos casos, el sujeto sigue la corriente que lo transporta manejando el timón de la embarcación para sacar el máximo provecho de la energía que lo impulsa. En otros, por el contrario, se define como sujeto precisamente por resistir a esa fuerza portadora, implementando toda clase de medidas que utilizaran esa misma energia para servir a otros fines.
En cualquier caso, la pulsión es el determinante del sujeto.” (xiv )
Rómulo Aguillaume. M.D. *
Psiquiatra Psicoanalista.
Presidente del Centro psicoanalítico de Madrid
Trabajo presentado en el Congreso de la IFPS
México 10-13 de Octubre 2012
BIBLIOGRAFÍA.
1 (En el número de la JAMA, Septiembre 2008, se celebra la vuelta del psicoanálisis a ese universo de la eficacia: Falk Leichsenring y Sven Rabung han escrito un trabajo titulado Effectiveness of Long-term Psychodynamic Psychotherapy: A Meta-analysis).
i Freud. S. (1920) Psicol
ogía de las masas y análisis del yo. Madrid: Biblioteca Nueva.
ii Castoriadis, C. (2007) La institución imaginaria de la sociedad. Buenos Aires: Tusquets editores.
iii A. Lorenzer. (2001) Bases para una teoría de la socialización. Buenos Aires: Amorrortu.
iv Ahumada. J. (1999). Descubrimientos y refutaciones Pág. 19. Madrid: Biblioteca Nueva
v François Lyotard (1999). La posmodernidad. Barcelona: Gedisa.
vi Rorty, R. (1995) La filosofía y el espejo de la naturaleza. Pág. 15. Madrid: Ed. Cátedra.
vii Joan Coderch (2001) La relación paciente terapeuta. Pág. 44, 45 Barcelona: Paidos,
viii E. Roudinesco (2000). Por qué el psicoanálisis. Barcelona: Paidós
ix Olivier Fressard.(2005) Sciences de l’homme & Sociétés, nº 50
x Charles Taylor (2006) Imaginarios sociales modernos. Pág. 14 Barcelona: Paidós.
xi Jonathan Littell (2007), Las benévolas Barcelona: RBA
xii C. Castoriadis.(1992) El psicoanálisis, proyecto y elucidación. Buenos Aires: Nueva Visión
xiii Marcuse, H. (1968) Eros y civilización. Seix Barral: Barcelona.
xiv Green, A. (1996) La metapsicología revisitada.EUDEBA, Buenos Aires.