La psicoanalista Joyce McDougall, nacida Hilary Joyce Carrington, murió en Londres el miércoles 24 de agosto a consecuencia de una neumonía, en una residencia donde la había ingresado su familia.
Nacida en Nouvelle-Zélande, el 26 de abril de 1920, en una familia de comerciantes acomodados procedentes de la inmigración inglesa, fue muy sensible a las desigualdades, en el seno de una cultura todavía muy colonial. Durante el periodo de entre guerras siguió con atención el combate de los republicanos españoles y se interesó por el feminismo y por todos los movimientos de emancipación.
Como subraya Philippe Porret, su biógrafo (Joyce Mcdougall, Una escucha luminosa, Campagne-Première, 2005), es a través de la lectura de El libro del ello, de Georg Groddeck (traducido por Gallimard), que descubre el psicoanálisis, lo que la conduce a seguir los estudios de psicología. Después de casarse con Jimmy McDougall, de quien conservará el patronímico, se instala en Londres, donde recibe su formación clínica junto a John Pratt, beneficiándose de la enseñanza de Donald Woods Winnicott.
Tres años más tarde, recomendada por Anna Freud, se instala en Francia e ingresa en la Sociedad Psicoanalítica de París (SPP) sin cambiar de nacionalidad. Hizo después un segundo tramo de análisis con Marc Schlumberger. En 1954, a propuesta de Margaret Mahler y bajo la supervisión de Serge Lebovici, acepta recibir en París, para un tratamiento en inglés, a un niño americano de nueve años, diagnosticado de esquizofrenia, con el que establece un diálogo ambiguo que será publicado en varios episodios y se convertirá en un clásico: Dialogo con Sammy. Contribución al estudio de la psicosis infantil (reeditado por Payot, 2001). Con este niño fascinante y loco, Joyce llega a instaurar una palabra a largo plazo que se prolongará en una amistad, hasta el punto de que le consultará para la publicación de su caso, no dudando, en un cierto momento, en tomar también a la madre del niño en análisis.
Al cabo de los años, Joyce se convertirá en una clínica reconocida en el mundo anglosajón, francófono y latinoamericano, por su talento y su manera de conducir los tratamientos con una fineza increíble, publicando más adelante los casos, siempre de acuerdo con sus pacientes, lo que, desgraciadamente, no se hace ya hoy.
Invitada a los cuatro rincones del planeta, no dejará de dar conferencias, siempre dispuesta a cambiar de lugar y a abrirse a nuevos relatos. Amaba el teatro, la pintura la literatura, la danza, los objetos barrocos y las prácticas corporales en todos los géneros, y tenía un cierto gusto por el análisis de las experiencias sexuales “diferentes”, tales como la transexualidad y el travestismo, lo que no contradecía su apego al más exigente rigor clínico.
La interpretación justa
En 1950, conoce a Sidney Stewart, quien se convertirá en su segundo marido y ocupará un lugar central en su vida. Originario de Oklahoma, había sido soldado en el Pacífico y hecho prisionero. A consecuencia de esto, él redacta un texto sobre las condiciones de su supervivencia, describiendo la manera en la que pasó de la muerte a la vida según un proceso de reminiscencia que le permitió salir del trauma corporal y psíquico ligado a la cautividad. Sidney Stewart se convertirá en psicoanalista.
Es en contacto con este hombre excepcional, que acepta vivir junto a una mujer mucho más célebre que él, cuando Joyce toma una orientación clínica nueva.
Como el gran psicoanalista americano Robert Stoller, que era su amigo, ella se vuelve hacia una comprensión novedosa de las sexualidades llamadas “desviadas”, en una época donde la comunidad psicoanalítica despreciaba a los homosexuales hasta el punto de prohibirles convertirse en analistas. En un libro admirable, publicado en 1978 (Alegato para una cierta anormalidad, Gallimard), tuvo el coraje de denunciar lo que llamaba “normopatía” (patología de la norma) en vigor en el caso de sus colegas, y de mostrar que lo que se calificaba de perverso o de anormal podía ser también el origen de una verdadera creatividad para el psicoanálisis y para la sociedad.
Joyce Mcdougall, cuya obra ha sido publicada por Gallimard1, era una clínica de una sensibilidad rara, llena de matices, capaz de escuchar con humor, humanismo e ingenuidad los tormentos de una existencia, sin jamás separarse de lo esencial de la ética de la cura: dejar hablar a las mil facetas del yo sin olvidar que solo cuenta el momento donde el clínico tiene el deber de usar de su autoridad para llevar al sujeto a la verdad de su deseo. Aún hace falta, para eso, tener el don de la interpretación justa: y ella lo tenía.
1 En nuestro país su obra ha sido publicada por Paidós y Tecnipublicaciones.