Cuando en 1905 Freud expuso en los Tres Ensayos la primera versión de su teoría de la pulsión, lo hizo a partir del estudio de las perversiones sexuales. Esquemáticamente, su camino lo lleva a considerar la perversión como universal: las pulsiones parciales son fundamentalmente perversas. Esta especulación freudiana no es una psicología, no tiene nada que ver con la observación, es una metapsicología.
En un primer momento, mi propósito es recordar el contexto en el que surgió este pensamiento sobre la perversión; cómo y por qué aparecieron ciertos vocablos que el psicoanálisis hizo suyos, y que usamos diariamente para pensar el trabajo con los pacientes: homosexualidad, sadismo, masoquismo… Son palabras relativamente recientes.
En el muy lejano siglo XIX, que fue un siglo con una preocupación médico-legal… «policíaca», la psiquiatría enunciaba la noción moderna de perversión sexual. La definición que se forjó en aquel momento, y que seguimos utilizando hoy cuando decimos en el lenguaje corriente la palabra «perversión», es la de una desviación del instinto sexual —y merece que nos detengamos un instante a pensarla. Por un lado, la referencia a un instinto sexual «natural»; un orden de la naturaleza comparable al de las prácticas de los animales, y que constituye la normalidad; por el otro, lo desviado, lo diferente, lo «otro». En realidad no fue una definición lo que se forjó; fue más bien un inmenso catálogo, una nomenclatura, una suerte de movimiento metonímico, de desplazamiento, como el de un diccionario. Habitualmente, cuando hacemos la historia de la perversión en psicoanálisis, situamos el trabajo de Freud en el contexto de esta preocupación policíaca (medico legal) del siglo XIX, y mencionamos a Havelock Ellis y a Krafft-Ebing. Vamos a hacer lo mismo, pero antes, hablaremos del sexo en Roma y del Marqués de Sade. Y en un segundo tiempo hablaremos de qué es lo que pasa en el trabajo analítico cuando nos manejamos con una u otra teoría respecto a la perversión.
Las prácticas sexuales que difieren del coito entre un hombre y una mujer con el fin de la reproducción existen desde siempre. La idea de una transgresión sexual a la ley de Dios aparece también, por ejemplo, en la Biblia: Sodoma y Gomorra, destruidas por Dios, se entregaban a la lujuria y aunque el texto de la Biblia es alusivo y no entra en detalles engorrosos sobre lo que hacían los Sodomitas y los Gomorrenses o gomorranos, la palabra sodomía deriva de allí y nos aclara en qué andaban.
Dejemos de lado el paisaje judeo-cristiano: los estudios sobre las sociedades griega y romana dan cuenta de un panorama sexual complejo, donde las prácticas, extremadamente codificadas, serían declaradas instantáneamente perversas según la definición del siglo XIX, y según nuestro propio código. Lo contrario también es cierto. Prueba de que la sexualidad esta tan ligada al lenguaje y a los códigos, que podríamos decir «la sexualidad es la sexualidad del Otro» —entendiendo por otro el lugar del código como en el Grafo de Lacan. Si superponemos dos calcos, uno con el código erótico romano, y otro con el código erótico llamémoslo «dominante occidental», con muchas comillas y con mucha prudencia, descubriremos que no hay coincidencia alguna, y que sin embargo hay líneas que se cruzan y otras que se asemejan. Pero el resultado será el mismo que si calcamos el mapa de Europa sobre el mapa de Australia.
Para hablar de Roma voy a referirme principalmente al excelente trabajo de Pascal Quignard, Le Sexe et l’Effroi . La tesis de Pascal Quignard es que, cuando Augusto reorganizó el mundo romano bajo la forma del imperio, ocurrió una mutación incomprensible: el erotismo de los griegos —gozoso y preciso— se transformó en una suerte de melancolía asustada. Esta transformación llevó unos treinta años, de 18 antes de Cristo a 14 de nuestra era, y sin embargo nuestras propias pasiones derivan de ella. De esta metamorfosis, el cristianismo no fue más que una consecuencia, que retomó este erotismo en el estado mismo que los funcionarios romanos de Augusto lo habían formulado.
¿Cómo pinta Quignard la sexualidad romana?
Nos dice que la moral sexual romana era muy rígida, ligada a la posición social, y estrictamente activa para los hombres. El padre de Séneca la resume en las palabras que le presta al cónsul Quintus Haterius: Impudicitia in ingenuo crimen est, in servo necessitas, in liberto officium. (La pasividad es un crimen para el hombre libre, un deber absoluto para el esclavo, y un servicio que el liberto debe a su amo).
Los usos son estrictos —la sodomía y la irrumación son virtuosas; y la felación y la pasividad anales, infames. La prohibición de la pasividad concernía a todos los hombres libres, cualquiera fuera su edad; en Grecia, la pasividad de los hombres estaba prohibida a partir del momento en que la barba comenzaba a crecer —y una vez que habían sido todos pasivos, cuando eran imberbes. El erastes y el eromenos , el amante iniciador y el joven amado, dejaban de ser amantes cuando el joven, iniciado, entraba en la edad adulta. La pudicicia en Roma es una virtud de hombre libre: y un hombre es púdico en Roma, mientras no haya sido sodomizado. Ovidio es el primer romano para quien la » voluptas » es recíproca, y que sostiene que el deseo masculino debe ser domado para anticipar —de manera impúdica — sobre el placer que sentirá la matrona. Cuando Ovidio publica el Arte de Amar , donde sostiene la reciprocidad de la relación amorosa, Augusto lo exilia a los confines del mundo. Tiberio confirma el exilio, y Ovidio muere al margen del Danubio en el año 17. Como dice Pascal Quignard, Ovidio fue el mártir de esta metamorfosis.
El amor sentimental de una matrona es un crimen tan grave como la pasividad del patricio. El patricio puede ser homosexual activo, y la matrona masturbar manualmente a su amante adulterino, y son considerados como perfectamente inocentes. Todo ciudadano puede hacer lo que se le dé la gana a una mujer no casada, a una concubina, a un liberto, a un hombre servil. Coexistían en Roma los actos más chocantes con el rigor moral más estrecho. Hay una represión feroz de las faltas al código —que nos parecen ligeras con respecto a prácticas asquerosas: la joven violada es inocente; pero la matrona violada debe morir (¡su útero es propiedad del esposo!); el liberto que besa a un niño libre debe morir; Valerio Maximo cuenta que Publius Maenius mató a un pedagogo que había dado un beso a su hija de doce años. Al mismo tiempo, los niños eran intocables del nacimiento a los siete anos, y de los siete a los doce, los placeres ligados a la impubertad domesticaban a la niña…
Cuando entramos en estos paisajes romanos, es imposible pensar en una «normalidad» que correspondería a un “instinto natural”. La sexualidad es un lenguaje y no tiene nada de natural… La transgresión, entonces no es la transgresión de nada natural, sino que es la transgresión de una palabra, y de una palabra que es instituyente de las relaciones al otro: la ley.
El discurso que en el siglo XIX trataba a la norma sexual de “natural”, y a las perversiones sexuales como desviaciones de lo “natural” se inscribe en negativo contra…. el siglo anterior probablemente. El siglo XVII
I es el siglo de las grandes revoluciones, de grandes tormentas en los discursos. En el tema que nos concierne, por un lado había un discurso dicho libertino —que correspondía a la decadencia de una aristocracia viviendo en el lujo y la lujuria— y un discurso moralizante y religioso paralelo a éste otro.
¿Qué es lo que Sade escribe? ¿Qué torbellino crea en el discurso dominante del siglo XVIII? ¿Cómo ataca Sade el lenguaje del erotismo? (Uso el verbo “atacar” en el sentido musical, como el ataque del arco a la cuerda al principio de una zarabanda o de una gavota de Bach para chelo; se habla del ataque de tal o tal intérprete). ¿Qué fue lo que provocó para que su nombre quedase para siempre asociado a una pulsión, a un tipo de crimen, a lo infantil, y en suma, a lo perverso? Sade es típicamente el ejemplo del “perverso” en lo que respecta a la relación del deseo y de la ley y en la historia de su vida, la ley contra la que se debate es la de una mujer, su suegra —pero ¿qué quiere decir en este caso, perverso? ¿Acaso se trata de una escritura perversa? Personalmente, en cuanto a la escritura, me parece Proust mucho más perverso que Sade: en Proust, el lector se deja adormecer y encantar en un ensueño idílico de una infancia amodorrada —cuando de golpe irrumpe la sexualidad adulta sin anunciarse de antemano; en Sade, hay una voluntad de no realismo , de imposible; hay una verdadera “ pornografía ” —grafía, escritura; escritura no sobre las conductas amatorias, sino escritura de todas estas figuras eróticas, que se recortan y se combinan como figuras retóricas… Lo que Sade escribe, digo “escribe” y no “describe”, es el fantasma, y por ende escribe lo real, sin realismo. La empresa de Sade consiste en llevar al paroxismo la transgresión del enunciado de las reglas morales, transgresión en el lenguaje mismo. Escribe en lo que Catherine Millot llama: posición perversa ([1]). Imagina una ley suprema que es la ley del goce. “Líbrate, Julieta, líbrate sin temor a la impetuosidad de tus gustos, a la sabia irregularidad de tus caprichos, a la fogosidad ardiente de tus deseos”. Y lleva esta lógica a su máxima expresión; lo que puntúa Lacan en su artículo “Kant con Sade”, es cómo el deseo y la ley coinciden. Barthes nos demuestra de qué manera existen las figuras de Sade en el lenguaje; cómo Sade hace pasar la estructura social prerrevolucionaria de un escenario —el escenario de la realidad social— a otro: el de la práctica libertina ([2]).
Pero volvamos al siglo XIX. Un estudio sistemático y exhaustivo para fundar una clasificación descriptiva: las enormes sumas de Krafft-Ebing y Havelock Ellis, los dos autores más conocidos. La Psychopathia Sexualis de Krafft-Ebing es una larga enumeración descriptiva de casos de transgresiones sexuales. ¿Cuál es la diferencia con una obra de Sade? La diferencia es enorme: el narrador de Sade es uno de los personajes, un libertino (Juliette) o una víctima (Justine); en Krafft-Ebing, no hay narrador sino la mirada del médico que conlleva una interpretación implícita de las prácticas eróticas en tanto que extranjeras a sí mismo, enfermas, condenables, “otras”, como alienadas. Patología de la degeneración —pensemos en una palabra de uso relativamente corriente, “degenerado”, y lo que significamos con ella— en la que se ordenan las prácticas más diversas: homosexualidad, pedofilia, zoofilia, incesto, fetichismo, sado-masoquismo; (sadismo, masoquismo, también fueron términos inventados en esta época), narcisismo, coprofilia, necrofilia, exhibicionismo, voyeurismo… De este “furor clasificatorio”, ¿puede decirse que el goce esté ausente? Este catálogo ha sido modernizado por la psiquiatría actual que lo ha reducido considerablemente, reemplazando la palabra perversión por parafilia , designando con este nuevo vocablo las prácticas que conciernen un objeto, ya sea el partenaire tomado como un fetiche, el propio cuerpo del paráfilo , o bien un animal.
1) Para el psicoanálisis, y desde Freud, el perverso no es el otro.
En este contexto descriptivo, clasificatorio y alienante de hace un siglo, imaginemos una reunión en la austera sociedad de neurología y de psiquiatría vienesa, y a Freud avanzando su teoría de una sexualidad infantil, abriendo a la predisposición originaria y universal a la perversión. El presidente de sesión, el doctor Krafft-Ebing en persona, que había intentado mantener la calma con grandes esfuerzos, concluye la sesión con estas palabras terminantes: “ Parece un cuento de hadas científico” .
Es que hay en esta propuesta algo subversivo, y tanto nos hemos acostumbrado a decirlo, que ya no lo escuchamos; Freud está diciendo: el perverso no es el otro; lo somos todos. Somos todos perversos. Somos inicialmente perversos, perversos polimorfos, perversos de manera múltiple. Ser perversos es lo que nos constituye sexualmente. Primero, somos perversos; después, el resto. ¿La patología? La patología es lo que ocurre cuando algo se queda fijado, cuando algo insiste. Es que también hay una noción de desarrollo, una idea de que estamos en movimiento hacia un devenir hombre o mujer. Y cuando somos hombre y mujer seguimos siendo perversos: el fantasma es perverso. El deseo es perverso. Las pulsiones que constituyen la sexualidad son perversas.
1905: Tres ensayos sobre la Teoría Sexual . Freud introduce la noción de pulsión. La pulsión sexual es como el hambre: algo que empuja; que tiene un objeto, con el que se satisface, y un fin, la satisfacción.
Y de ahí pasa a examinar las aberraciones sexuales, que llama “desviaciones en cuanto al objeto” (homosexualidad, pedofilia, fetichismo, travestismo) y “desviaciones en cuanto al fin” (visual: exhibicionismo, voyeurismo; ligado al sufrimiento: sadismo, masoquismo; ligado a la sobre-estimación de una zona erógena…) —la enumeración, como Sade, como Krafft-Ebing; y esta vez, con un movimiento de reversión, en el que la enajenación de Krafft-Ebing da lugar a re-posicionar al sujeto: La perversión nos concierne a todos: el niño es un perverso polimorfo. La dificultad de retomar esta formulación, y Philippe Sollers en un artículo sobre Sade «Carta de Sade», pone el dedo en la llaga, hace una crítica fuerte al psicoanálisis: es que el psicoanálisis hace de Sade, hace del perverso, un niño. En realidad, del neurótico también, Freud hace un niño; llevamos todos a cuestas el niño sufriente que fuimos. Pero en la crítica de Sollers, hacer de Sade un niño, es una manera de volverlo inofensivo, de neutralizarlo, otra manera de cumplir con la voluntad policíaca del siglo XIX.
Sin embargo no es el propósito de Freud, sino al contrario.
2) La perversión se caracteriza por dos mecanismos psíquicos: la desmentida y la escisión del yo.
Freud no se contenta con un punto de vista descriptivo. Su aporte fundamental con respecto a la perversión es el de un punto de vista de la organización psíquica: la perversión no se caracteriza en el psicoanálisis de Freud por una descripción de comportamiento, sino por una estructura, por dos mecanismos psíquicos propios a la estructura perversa, la denegación o desmentida y la escisión del yo.
La desmentida supone una escena mítica, la de un niño confrontado a una percepción, la del sexo de la madre – lo que en la lógica de la fase fálica equivale a la percepción de la castración; por un lado, el yo percibe una realidad; y al mismo tiempo la desmiente – lo que veo no existe; o según la célebre formula de Mannoni: Je sais bien, mais quand même, ya lo sé, pero aun así…. En es
te mismo movimiento de la desmentida, el yo se escinde: en una parte que acepta la percepción de la castración; y en otra parte que NO la acepta, que la desmiente. Estas dos partes del yo siguen coexistiendo.
3) El fantasma del neurótico, es un fantasma perverso. Cuando Freud dice “la neurosis es el negativo de la perversión”, una lectura posible es que el fantasma perverso es equivalente al fantasma del neurótico; el perverso actuaría el fantasma neurótico. Otra manera de leer esta frase de Freud, concierne la lógica de la castración: el perverso positiva un signo negativo. Menos se vuelve más.
4) La relación del perverso con la ley es fundamental ; desafío y transgresión, son dos características de esta relación. La ley del padre, la prohibición del incesto, el perverso no los reconoce. Este no reconocimiento de la ley paterna supone poder oponer una desmentida a la amenaza que le da todo su peso. Apenas surge, el signo de la negación se encuentra invertido y se positiva: no hay desmentida más eficaz de la castración que la de esta transposición a través de la cual se transforma en lo contrario. Pero este mecanismo cobra un estatuto de ley: en la que lo negativo se positiva sin cesar. Desaparece el principio de no contradicción; los contrarios pueden en lo sucesivo coexistir ([3]). (La palabra y el cuerpo, lo abyecto y lo sublime, y en el caso de André Gide, el amor de su prima y mujer Madeleine y el deseo por los jóvenes canallas. Paradójicamente, en esta báscula, o polaridad, el perverso se vuelve creador de nuevas leyes, innovador en el arte, o legislador.)
5) La voluntad de goce, que Lacan descubre en los escritos de Sade, hace consistir al perverso en un desafío a la muerte.
¿Cómo trabaja el psicoanalista con el concepto de perversión?
Una primera idea muy difundida dice que los perversos no vienen a consultar al psicoanalista. Creo que este prejuicio participa de una fantasía, que hace del perverso el Otro maléfico que goza riéndose de mí; éste no es en absoluto el perverso de las categorías freudianas; luego pensamos que si un perverso hace una demanda de análisis, está en la posición en la que siente la angustia de castración. Sin soportarla, como el neurótico. Es a partir de esa posición que el análisis es posible. Es decir que damos una vuelta al concepto para anularlo.
En la clínica, no vamos a encontrar tanto al perverso sino a la perversión. Y pensamos en la perversión cuando por ejemplo:
— un hombre viene a consultar anunciando su perversión y su sufrimiento; lo que significa que la defensa perversa no funciona, y que el sufrimiento, la angustia, desbordan. Viene a consultar como un último recurso, algo empezó a funcionar mal, de manera peligrosa: como el exhibicionista que los vecinos descubren, sin denunciarlo. Tiene miedo. Está triste, preocupado, y se queja de no poder controlar sus impulsos. Es muy lúcido sobre lo que le sucede, y se siente atrapado. Todo su ser está comprometido con esta actividad que lo ha carcomido, empobrecido, fijado.
— el caso en donde el desafío se actúa de entrada: a la primera cita, el analista va a abrir la puerta, y la persona se dirige sin preámbulos hacia el sillón del analista. El analista le significa que no es ése, su lugar. Y la persona pregunta: ¿Por qué? Antes de haber hablado, antes de haber siquiera explicitado el motivo de su presencia, este señor cuestiona el marco que se le ofrece, pide que se le diga claramente: «Porque éste es MI lugar»… y desafía al analista de mantenerlo, su lugar. No es un desafío adolescente y acalorado. Es una actitud fría, sin afectos. El analista, con cierto fundamento, puede pensar en la “perversión”.
— hay demandas, muy frecuentes, en las que el futuro analizante llega con un discurso “el perverso, es el otro”. En ningún momento de su relato él mismo aparece como perverso; sin embargo, está desde hace mucho en una relación perversa durable, con un contrato perverso y todo. Esta relación en la que se ha dejado llevar se ha vuelto imposible, insoportable. Esta des-subjetivado, al límite de la pérdida de identidad. No debemos olvidar un elemento fundamental a la historia psicoanalítica de la perversión: el perverso, es desde el principio, el Otro de la histeria. La angustia de sentirse amenazado por un Otro, perverso, padre, capaz de penetrar y destruir. Este padre perverso, padre del fantasma de la neurosis, es el padre castrador. El padre del traumatismo.
Este es un aspecto de la cuestión; el otro, es la interrogación sobre la pareja perversa; el compañero del perverso, que participa de una relación perversa, ¿cómo pensarlo? Este tema es uno de los tratados por Clavreul en Le Désir et la Perversion , un clásico concerniendo el tema.
Ya que estamos hablando de diagnóstico, vamos a mencionar dos casos a los que a veces nos confrontamos en la escucha:
— los pasajes al acto perversos, o los comportamientos perversos, de los pacientes psicóticos. Mucho más frecuentes en la clínica psiquiátrica u hospitalaria que en el consultorio; el diagnóstico es de todos modos importante.
— y un tipo de caso muy espinoso en todo sentido, por los problemas que acarrea para poder pensarlos, son los “perversos” jurídicos, los que el juez envía a tratamiento terapéutico; o aun, muchos psicólogos y psiquiatras trabajan con pacientes detenidos, casos de perversos criminales; no son “casos de análisis” pero muchos de ellos piden tratamiento mientras están en la prisión. La escucha de tales “perversos” es en sí un desafío y está llena de enseñanza.
Aislaremos tres momentos del tratamiento psicoanalítico:
— la creación de la neurosis de transferencia, al principio del análisis;
— la travesía de la angustia y el retorno posible de la defensa perversa;
— el final del análisis, y las transformaciones de los procesos perversos.
1) La neurosis de transferencia – No existe perversión de transferencia.
En el análisis del neurótico, podría parecer natural que se cree una neurosis de transferencia. Pero esta es una neo-formación, la creación mórbida de un tejido vivo. Cuando trabajamos con la perversión, el artificio, el invento psicoanalítico aparece tanto más claramente: allí donde había perversión, se trata de crear una neurosis. Una neurosis artificial, desmontable, provisoria e interpretable, que reemplace a la perversión.
Esta «creación mórbida» empieza a crearse desde las primeras entrevistas. Si las condiciones para que se cree están reunidas, el analista puede entonces aceptar de tomar a este paciente en análisis. Puede, habiendo aceptado, proponer un marco al análisis, una frecuencia de sesiones, los honorarios, y enunciar la regla fundamental (dirá todo lo que piensa, sin censurarse, mismo si esto le parece absurdo o sin sentido).
Al contrario si las condiciones de creación de la neurosis de transferencia no están reunidas, la trampa a la que el psicoanalista se expone es la de instalar un contrato que se asemeje al contrato perverso, y en este caso, no podrá haber análisis.
¿En que condiciones puede crearse una neurosis
de transferencia?
Analicemos una secuencia ejemplar, que relata un analista en un libro, de manera esquemática, un poco caricatural, para intentar localizar los elementos principales:
Un analista recibe en el mismo periodo a dos muchachas homosexuales. En el curso de las entrevistas preliminares, diagnostica a una de ellas como de estructura histérica, y a la otra, como “perversa” muy enraizada. Al cabo de varias semanas de entrevistas, las dos pacientes le confiesan haberlo engañado: viven juntas, y no le han dicho nada a propósito, porque deseaban ambas tener el mismo analista y temían, si confesaban la relación, que él no aceptase.
El psicoanalista continúa recibiendo a las dos muchachas. Quieren, según sus propias palabras, poner un hombre entre ellas. A cada una el psicoanalista pregunta: “¿Y como sabe que yo soy un hombre?”
Para una de ellas, esta pregunta va a abrir la dimensión de la neurosis de transferencia; por cierto, ella no sabe nada, y puede ser que no sepa nada de la propia identidad sexual; el analista, puesto que pregunta, debe saber; y si él no sabe, pues alguien debe saber. Esta analizante es la que —según el propio analista— tiene una estructura histérica. Llevará su análisis hasta el final.
La otra muchacha, que el analista ha escuchado de entrada como “perversa”, ríe cuando el analista le hace la pregunta, y responde: «Yo sé que Ud. es un hombre, porque es una evidencia». La pregunta obtiene el efecto opuesto al de la otra paciente: es el principio de una utilización perversa de las sesiones, que se volverán el escenario de un guión que le conviene: hablar de cosas obscenas a un tercero —un hombre— que está obligado a escucharla. Este goce, lo encuentra en las sesiones mismas. Interrumpe el análisis sin que haya habido la más mínima modificación de su posición.
Este analista pensó, inicialmente, que había recibido a una neurótica y a una perversa; y que el trabajo con el perverso no puede ir más allá de un cierto punto. Pero podríamos pensar lo que pasó de otro modo:
En esta secuencia ejemplar, la neurosis de transferencia sólo ha podido instalarse en uno de los dos casos, a partir de la pregunta de la histérica, “¿soy un hombre o una mujer?” —para la muchacha que el analista ya había escuchado como histérica de antemano. Le permite de este modo tener acceso a una posición analizante.
Para la otra muchacha: la vía de la neurosis de transferencia ya estaba cerrada, cuando habiendo engañado al analista, siente que puede manipularlo. Ha transgredido y entonces cree haber hecho transgredir al otro. A partir de ese momento, hay una cierta lógica en que la pregunta del analista, en lugar de abrir para ella el espacio de la neurosis, lo cierre. No puede haber duda alguna sobre el sexo del analista; es una evidencia. Estamos en plena desmentida: no hay castración posible; lo que ve, la evidencia misma, lo demuestra. La pregunta no puede ser escuchada más que como un desafío, una invitación al juego. Nada viene a poner en duda la posición de saber de la muchacha misma. Lo que se instala entonces, entre el analista y la muchacha, no tiene de análisis más que el aspecto exterior.
¿Cómo se crea la neurosis de transferencia de un paciente perverso? Ciertamente de ninguna prueba de fuerza del analista. Si tenemos en cuenta la teoría que supone la escisión del yo, solo se trata de esperar que se manifieste la parte del yo en la que la castración ha sido admitida, y de no establecer un contrato antes de haber escuchado manifestarse lo que, en el paciente, puede abrirse al deseo. Depende mucho más de la posición de escucha del analista, que de la supuesta «gravedad» de la perversión. La enunciación de la regla fundamental, el establecimiento de un ritmo de sesiones, la fijación de honorarios, son momentos muy sensibles en los que se puede deslizar hacia el contrato perverso. A mi entender, su posibilidad misma dependen de haber oído o no la apertura hacia la neurosis de transferencia; de haber encontrado como esta apertura puede tener lugar.
Supongamos que en la perversión aparezca ese niño, que confrontado a la escena en la que percibe la falta en el Otro materno, retrocede hasta el momento anterior a la percepción, hace un alto en la imagen, como quien aprieta el botón del video y deja la imagen fija; la recorre con la mirada, y desplaza un objeto para ponerlo frente a lo que no desea ver en el momento siguiente: este objeto, equivalente al falo imaginario de la madre, estará presente para evitar lo insoportable. No es solamente el fetichista quien hace la elección de la perversión en ese momento; para cada perversión, hay una elección de objeto fetiche. Esto es lo que llamamos la «defensa perversa». El niño que escuchamos en ese analizante, es el que percibe la falta y se angustia. Antes de retroceder. La escucha debe sostener todo lo que concierne la pérdida, la falta, la ausencia.
Segundo momento: la travesía de la angustia y el retorno posible de la defensa perversa.
No basta con la instalación de la neurosis de transferencia para que no aparezca más la perversión en el análisis.
Hablamos, teóricamente, de desmentida, y de escisión del yo. Estos mecanismos inconscientes, a veces, tienen formaciones del inconsciente, retornos de lo escindido, de lo desmentido. Dan lugar a momentos muy difíciles de la transferencia.
En los momentos en los que se perfila la angustia de castración, los procesos perversos se ponen en movimiento, a veces de manera espectacular, con periodos de pasaje al acto, y con «picos» perversos, dirigidos hacia el analista. Son los momentos en los que el analizante se confronta a un límite.
Una joven ve desarrollarse lo que llamamos «defensa perversa» a partir de una pérdida en la realidad: la muerte violenta de su hermano mellizo en la pubertad. Su comportamiento sexual se vio completamente trastornado; hacía gozar al hermano muerto. Como dice en su libro Catherine Millot, «erotizó la pulsión de muerte». Su compulsión era de prostituirse con la mayor cantidad de hombres posible, llevando siempre al extremo el peligro de sus prácticas. Buscaba ser más fuerte que el horror que le producían sus actos. Cuando llego al análisis, buscaba desesperadamente una ley, un límite, y la transferencia se estableció con una particularidad, su extrema puntualidad, su cumplimiento a la letra de lo que había sido acordado. Esta paciente, que escuchó como a una histérica, tiene momentos en los que es patente la defensa perversa; estos momentos tienen que ver con fechas aniversarias del hermano, en las que se desatan tormentas: tormentas en las que no viene a su sesión, en los que manifiesta una extremada agresividad, en los que amenaza de pasajes al acto en las sesiones; a esta violencia, la única respuesta posible es amarrarse al lugar de escucha, sin jamás contestar en el registro de la realidad. (Por ejemplo, pensar que cuando dice: «voy a romper todo lo que hay en este sitio» , manifiesta una demanda, expresa un fantasma, y jamás una posibilid
ad real de la que haya que asustarse). Que el análisis continúe, es el único objetivo posible, salir de la tormenta sin que la barca se haya volcado.
Porque la interrupción de la cura en el momento mismo de la confrontación con el fantasma, es uno de los riesgos más frecuentes del análisis cuando la perversión aparece. En el corazón mismo del análisis, en la culminación de la neurosis de transferencia, el analizante debe atravesar la angustia. Al interrumpir el análisis evita la travesía; es como si llegasen hasta el borde, y retrocediesen una vez más.
A veces, para salir adelante, basta con un desplazamiento de la escucha. De, justamente, no fijar la escucha en la tormenta perversa, en evitar la fascinación, y el obstáculo muy difícil que consiste en volverse testigo o cómplice, en silencio y gozando; o por lo contrario, en volverse juez, y condenar moralmente. Estas dos figuras, la del cómplice y la del juez, son los otros con los que la perversión intenta volver a jugar su partida. Con el uno —el cómplice— puede librarse a su actividad preferida: hacer gozar al otro; con el moralista, desafía y transgrede la ley, probablemente para poder asegurarse de su existencia.
En el caso de esta joven se trataba de desplazar la escucha hacia el duelo del hermano. Porque el desplazarse permite dar la vuelta del torbellino, sin caer en el abismo.
A veces pasa, que en un análisis, un paciente hasta ese momento neurótico, atraviese un momento perverso. Frente al fantasma de castración, una salida perversa puede ser la solución transitoria que un neurótico utilice para evitar la angustia.
Lacan comenta dos de estos casos —que llama perversiones reaccionarias— en el seminario La Relación de Objeto.
El primero, es el caso de un paciente fóbico que está en análisis con una analista mujer. El analizante había contado a la analista sus fantasías sexuales que la concernían; y la analista, en lugar de escucharlas como lo que eran, fantasías, le respondió como si ella, su persona, se sintiese tocada: «Ud. sabe muy bien que eso no es posible», etc. El paciente se vuelve transitoriamente voyeur , armando un dispositivo para mirar orinar mujeres en un baño público. La intervención de la analista había confundido los diferentes registros en juego en una situación clínica, y la reacción del paciente pasa sobre el mismo registro real que esta intervención.
El segundo caso que Lacan comenta brevemente es el de un hombre que hace un pasaje al acto exhibicionista en el momento mismo en que su mujer está pariendo. Lo que está en juego, es una nueva realidad, la de la paternidad; este hombre, confrontado de una manera nueva a la angustia de castración, pasa al acto de demostrarse no castrado con este comportamiento inesperado.
Estos casos de perversiones transitorias, que son pasajes al acto en un contexto neurótico, indican a qué punto el pasaje al acto en un contexto perverso es posible cada vez que hay falta, pérdida, duelo, ausencia, y que el paciente dispone de una tal facilidad para convertir el sufrimiento en goce.
El analizante intentará hacer del analista Otro absoluto, una madre fálica, un cómplice todopoderoso; pero no tardará en apercibir la falta en el otro, lo que provocará aun más su angustia. Intentará hacerlo desaparecer en los momentos dolorosos de la transferencia: la presencia física del analista se vuelve insoportable; «no quería venir a la sesión, tenía miedo de verla cuando Ud. me abría la puerta»; o el que pide al analista de no levantarse al final de la sesión, él es capaz de partir solo, sin tornarse ni a saludar.
Esta confrontación con la falta en el Otro será el descubrimiento de una nueva manera de confrontarse a la angustia; que podrá quizá permitirle de aceptar que el tiempo no es reversible, que no se puede retroceder frente a lo ineludible.
El final del análisis, y las transformaciones de los procesos perversos
Al final del análisis, hay que afrontar una pérdida: pérdida del que he sido; y una separación: la del analista con su analizante. Y una vez más recordemos que falta, separación, ausencia, muerte, castración, son en el contexto de la perversión una serie de equivalencias.
La relación a la muerte está siempre presente; en Sade, que como nadie aísla el fantasma perverso, el goce del crimen, el gusto de lo abyecto, el desafío a la muerte hasta el límite y más allá cuando se trata del otro; ser el que va a morir y no morir por fin. Al horizonte de la voluntad de goce, estructural en el perverso, el goce máximo: la muerte.
No obstante lo irreversible de la muerte es angustiante. En el escrito «Juventud de Gide», Lacan relata el abismo en el que se encuentra el niño Gide entre la idea de muerte y el erotismo masturbatorio. El encuentro mismo con la muerte puede ser un momento en el que la perversión estalla.
Cuando algo ha sido realmente perdido, el peligro de retroceder, de desmentir, como el niño frente a la escena de la falta en el Otro.
La joven que había perdido a su hermano mellizo. Cada aniversario de la muerte del hermano provocaba una suerte de pánico perverso. Un día pudo escuchar la música que amaba su hermano, a recordarlo, y poco a poco, de frase musical en frase léxica, de sonido en imagen y de recuerdo en relato, el significante del hermano muerto pudo tomar su lugar; y fue posible simbolizar la muerte del hermano. Un sueño vino a cerrar este trabajo como una cicatriz: el hermano le decía adiós. Y en el análisis, como en un cambio de estación, imperceptiblemente, a la vez poco a poco y de pronto, como las hojas verdes en los árboles, fueron apareciendo otros temas, otras opciones. Como por ejemplo el amor, ser mujer, la escritura.
¿Qué se vuelven la desmentida, la escisión del yo, en una cura de la perversión? ¿La perversión se cura?
Creo que es una interrogación muy difícil. Que solamente se puede responder en el après-coup . Que hay que intentar deshacerse de esta pregunta durante el análisis. Si desaparece, desaparece; pero no puede ser de ninguna manera la brújula de un análisis.
— que el análisis haga desaparecer la escisión, a modificar la desmentida
— que «cambie la calidad de la percepción de su propia identidad sexuada», con la travesía de la angustia; la aprehensión de la falta, que se convierte en la falta de un Todo absoluto…
— o que esto solo sea parcialmente posible, y que se presente como ilusorio; y que por el contrario, los mecanismos perversos encuentren una nueva economía:
Pensamos en el camino de la sublimación, que muchas veces es la solución perversa más satisfactoria; es un largo y penoso trabajo, lleno de obstácul
os, de trampas; y donde la más mínima manifestación del analista deseante en este sentido puede ser recibida como una intrusión, y mismo retardar o desviar el trabajo. A veces, el sujeto ya tiene acceso a una actividad creativa donde el ideal contrasta con la sordidez. Un hombre de unos treinta anos había abandonado la pintura a la que se había destinado durante la adolescencia. Después, el desorden, la sucesión de contratos perversos que vivía como desafíos, una actividad profesional al margen de la ley – que no podía más que ser secreta – y sobre todo la imposibilidad de crear una relación cualquiera, la conciencia de no poder amar, lo llevaron al análisis. Y fue en el curso de su análisis que reencontró la vía de la creación artística, poco a poco, dolorosamente.
Porque la modificación más accesible es la sublimación, pero es también la más dolorosa: la pulsión sexual se satisface de una manera diferente. Es como un intercambio, el de una finalidad sexual contra una que ya no lo es.
Y finalmente, acaso la creación artística, literaria, musical, deportiva… ¿no son una manera de tornar positivo el signo negativo, de recrear el objeto de la falta? ¿No se trata acaso de hacer gozar al Otro, de desafiar y de transgredir el orden, o de crear un orden nuevo, de descubrir nuevas leyes en el espacio y en el tiempo, nuevas maneras de captar la mirada o de encantar los oídos? ¿De inventar nuevas maneras de decir?
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[1]»La posición perversa se expresa a la vez en una lógica sin principio de contradicción, en una topología de las superficies en la que el derecho y el revés son idénticos, en una ética que consiste en triunfar de la falta a través del goce, y en una estética que hace surgir la belleza de los bordes del horror.» (C. Millot)
[2]Imaginemos, dice Barthes una sociedad sin lenguaje. En tal contexto un hombre se acopla con una mujer, a tergo, y mezclando en la acción un poco de pasta de trigo. A este nivel no hay perversión alguna. Es solamente la suma progresiva de algunas palabras que el crimen va a plasmarse poco a poco, aumentando de volumen, de consistencia, y llegar a la más fuerte transgresión. Si al hombre lo llamamos padre de la mujer que posee, y de ésta decimos que esta casada ; la práctica erótica ignominiosamente clasificada, y llamada sodomía; y la pasta de trigo asociada extrañamente a esta acción se vuelve, bajo el nombre de hostia , un símbolo religioso, cuya denegación es un sacrilegio. Sade es excelente para atrapar esta cuajada del lenguaje: la sintaxis, afinada por siglos de cultura, se vuelve un arte elegante (en el sentido en el que se dice de las matemáticas, que una solución es elegante): reúne el crimen con rapidez y exactitud: “Para reunir el incesto, el adulterio, la sodomía y el sacrilegio, encula a su hija casada con una hostia”.
[3]C. Millot, Gide, Genet, Mishima