Miguel Angel Gonzalez Torres
D de Neurociencias. Universidad del País Vasco. Bilbao
LOS SUEÑOS
¿Sueñan los animales? Y, si lo hacen, ¿recuerdan los sueños?. Puede que sólo los bípedos humanos seamos animales soñantes, o al menos animales que recuerdan los sueños. Desde luego, sólo los humanos los relatan y sólo ellos los interpretan. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, se pregunta Philipp K Dick, el autor de Blade Runner (1999). Mi respuesta sería no; en la mente del androide dormido sólo existe el ronco zumbido del reposo eléctrico.
Dicen algunos que el mercado del arte no deja de crecer porque la gente ya no tiene tiempo de soñar y prefiere comprar los sueños de otros. Se me ocurre que quizá eso ha ocurrido siempre y ello explica por qué actores, políticos o curas despiertan tanto atractivo. Cada uno de estos personajes, al igual que los analistas, ayudan a las personas a crear una historia, su historia, construida a partir de los sueños de la noche y los deseos del día.
Freud consideraba los sueños como realizaciones de deseos. Un momento de reflexión nos obliga a concluir que esta intuición freudiana parece surgir, como otras, del fondo profundo del lenguaje. En castellano y en francés se utiliza la misma palabra para referirse al sueño de la noche y a los deseos con los que fantaseamos durante el día. En inglés o en el alemán clásico freudiano, más alejados de la raíz latina, se da el mismo doble significado. En el viejo euskera, de orígenes inciertos y no vinculado al parecer al tronco indoeuropeo, hallamos también la misma relación. Parece así que Freud y el Psicoanálisis reconocieron algo que estaba inscrito en la cultura de todos los pueblos. Por alguna razón todos vinculamos a los sueños con nuestros deseos y antes y fuera del psicoanálisis los individuos han sido y son conscientes de los extraños vínculos que ligan las escenas sin sentidos de los sueños con anhelos a veces inconfesables.
¿Dónde van los sueños que no recordamos?. ¿Cuál es su papel en nuestro mundo interno? Evidentemente ejercen una influencia a nivel somático y sin duda también la desarrollan a nivel psíquico…Si nos permitimos especular un tanto, tarea legítima y necesaria en una reflexión científica, podemos aventurar que los vínculos soñados generan, al igual que los de la vida diurna, huellas que dejan su marca en nuestro registro de vínculos significativos y a través de ello contribuyen, por qué no, al andamiaje de nuestra estructura psíquica. De este modo, podemos imaginar vínculos soñados y nunca recordados que dejan su impronta en nuestro mundo interno sin pasar por la conciencia en absoluto. Vínculos significativos de la vida diurna pueden suscitar contenidos oníricos y éstos a su vez, fuera de la conciencia, pueden ejercer influencias en el conjunto de representaciones objetales internalizadas. Los sueños serían así, productos de nuestra psique y creadores de la misma.
Realidad y relato son entre nosotros conceptos difíciles de deslindar y la historia nos aporta ejemplos numerosos aleccionadores en este sentido. Hablemos de Scott, el explorador polar paradigma del héroe fracasado (Alexander 2005). A él y sus hombres se han dedicado baladas, poemas, soflamas políticas y oraciones fúnebres. Historiadores actuales han examinado sus hazañas encontrando enormes puntos negros que ponen en cuestión la imagen de él que la historia o más bien la leyenda hicieron llegar hasta nosotros. ¿Quién es Scott?. El incompetente absoluto que lleva a la muerte a sus hombres o el héroe británico que afronta el fin con toda dignidad? “Nuestro” Scott procede de sus diarios que, de modo fascinante, fueron editados y censurados antes de su publicación nada más y nada menos que por Sir James Barrie, autor del celebérrimo Peter Pan. (Hay que reconocer que los británicos cuando hacen algo, no lo hacen a medias). A modo de trabajo del sueño, hay aquí una elaboración del material original hasta construir el contenido manifiesto que el soñante se relata a sí mismo al recordar y narra a quienes le escuchamos.
El editor y censor de nuestros sueños es una réplica de Barrie, que convierte en simpáticos piratas cantarines a asesinos sanguinarios y en pequeñas hadas voladoras a verdaderas Medusas. Pero tras la superficie del trabajo de nuestro Barrie interno podemos vislumbrar la sangre y el sexo, al igual que en caso de Scott podemos adivinar, escarbando un poco, la ignorancia atrevida y la chapuza letal.
Le Poulichet (1996) señala el trabajo creativo del sueño. Para ella, se da un esfuerzo creativo de composición psíquica que va más allá de una mera selección y censura de contenidos previamente existentes. De ese modo, Barrie no se limitaría a escoger frases de los diarios de Scott, sino plantearía nuevas situaciones nunca ocurridas realmente, a la manera de un autor de novela histórica que se toma libertades amplias dentro de un marco general para el texto. El Scott final es en buena parte el Scott de Barrie y no el zoquete orgulloso que los historiadores reflejan.
Afirma Silvie Le Poulichet (Le Poulichet S 2005) que el sueño es un “puro campo de mirada” donde no hay distancia entre el observador y lo observado, entre lo visto y quien lo ve, el espectador forma parte del cuadro. Puede, pero ¿de qué sueño habla la autora?. ¿Del sueño en sí que discurre durante la noche?, ¿del recuerdo del sueño que conservamos por la mañana?, ¿del sueño que narramos a un amigo?, ¿del sueño que anota el terapeuta?. Cada sueño son muchos sueños, que se solapan pero no coinciden. En cada uno de ellos el papel del narrador es diferente apareciendo y desapareciendo del primer plano según el momento y la perspectiva. No deberíamos perder de vista que el sueño, tal como lo manejamos en la sesión, es un relato que nos sirve de plataforma para las asociaciones del paciente y las nuestras. ¿Podría tener el mismo uso cualquier narración, cualquier historia sobre la que el paciente trabajara, a la manera de los cuentos que se construyen en grupo en reuniones de amigos?. ¿Tenemos acceso al sueño “real”, entendiendo por tal el fenómeno psíquico que acontece durante la noche y que luego sólo en parte recordamos?. ¿No estamos siempre trabajando sobre un mero relato que no puede hacer justicia a lo vivido entre las sábanas?.
Le Poulichet afirma de modo aventurado, aparentemente siguiendo a Freud en el “chiste y su relación con lo inconsciente” (1905), que el sueño, “a diferencia de un cuadro”, no tiene nada que comunicar a otro. Continuando con el razonamiento anterior podríamos responder que “depende”. Si muchos de los formatos posibles de los sueños creemos que son narraciones, deberíamos descartar esta idea; todo relato tiene un receptor como destino. Pero vayamos al sueño original, aquel que ocurre en nuestra mente por la noche y de cuya existencia no poseemos experiencia consciente directa. Podríamos hipotetizar que el sueño original tiene consecuencias. De hecho no puede no tenerlas. Lo soñado debería inscribirse en nuestra memoria, conformando una huella sobre las que se inscribirán nuevas huellas, alterando sutilmente y de forma probablemente irreversible nuestro aparato psíquico y nuestra mente.
Los sueños deberían constituir nuevos sucesos que, como los demás, influyen sobre nuestro ánimo, nuestro cuerpo… Parece lícito concebir la i
dea de que cada sueño, como cada vivencia diurna, impacta en nuestro organismo y nos convierte en diferentes, tanto a nivel físico como psíquico. No hay dos cerebros, ni dos personas iguales. Tampoco nuestro cerebro ni nuestra persona es la misma a lo largo del tiempo. De modo esquemático podríamos afirmar que soy diferente tras cada suceso vital, y también tras cada sueño. Si admitimos que lo soñado tiene consecuencias, al menos en el soñante e independientemente de que el contenido onírico pasa a la conciencia o no, ¿podemos afirmar que el sueño no comunica?. ¿o no se trata más bien de una visión antropomórfica de los fenómenos mentales en la que no hallamos un homúnculo intracraneal poseedor de intenciones que dirija un mensaje?
Dice Vattimo (Rorty y Vattimo 2006) que interpretar es como un virus que infecta todas las cosas con las que entra en contacto, reduciendo toda realidad a mensaje.
Lyotard (Rorty y Vattimo 2006) habla de nuestra época como la del final de los “metarrelatos”, y no porque hallamos alcanzado la verdad, sino porque hemos renunciado a encontrarla. En psicoanálisis hemos abandonado en buena parte el metarrelato freudiano para iniciar una búsqueda de la verdad construida entre el paciente y el terapeuta, que como todas las verdades genera una comunidad, primero entre paciente y terapeuta, luego entre el paciente y el mundo ahí y afuera. Entendemos comunidad en el sentido de Gadamer (Ferrater Mora 1991), como fusión de horizontes, es decir, como visión ideal del futuro compartida. De este modo vemos que la búsqueda de la verdad construye una comunidad alrededor de una verdad que también se construye. Paciente y terapeuta, reunidos por ejemplo alrededor de un sueño, construyen una verdad mientras la buscan y con ello generan una pequeña comunidad que comparte un sueño, en el sentido literal, y un sueño en el sentido del deseo, de la expectativa de un futuro ideal. Esa pequeña comunidad de paciente y terapeuta evolucionará, si las cosas discurren bien, hacia un vínculo de hombres libres, modificando la esencia del sujeto que llamamos paciente y propiciando así la curación.
En una imagen muy evocadora, como tantas de las creadas por Lacan y sus seguidores, la autora francesa (Le Poulichet 1996) afirma que el sueño “encuaderna las hojas de identificación del yo”. En otras palabras, el sueño aporta consistencia al yo, poniendo en relación y manteniendo unidas las diferentes identificaciones que constituyen el yo. Identificaciones producto de la huella inscrita por los sucesivos vínculos significativos del soñante, que van conformando la estructura psíquica como la mano hábil del alfarero delimita los contornos de la vasija en cada giro. La pulsión es esa arcilla anhelante de forma, el material del que se constituyen los sueños y toda nuestra vida psíquica.
LA GÉNESIS DE LOS SUEÑOS
Los sueños parten del motor pulsional y las pulsiones no ejercen funciones ni causan nada, sino que poseen consecuencias. El torrente no ejerce la función de arrastrar las ramas quebradas hasta el llano, se limita a encontrarlas a su paso. Abajo en el valle podemos interpretar intenciones de la corriente al encontrar aquí un objeto, allá un animal muerto… pero no son más que interpretaciones antropomórficas de fenómenos no intencionales. ¿El mensaje incluye la intención?. La nube negra es un mensaje de tormenta. El mensaje está en el receptor.
Continuando con la imagen del torrente onírico pulsional, diremos que el agua se desborda en lo alto y se precipita ladera abajo. Encuentra a su paso dos objetos que se hallan juntos, juntos los empuja y arrastra y juntos los encontramos en el valle del contenido (recordado o no) del sueño. Otras veces, objetos que se encuentran alejados son forzados a acercarse por el torbellino del torrente pulsional y los encontramos juntos al final del camino. Así, dos objetos previamente sin conexión se hallan ahora vinculados. Ese vínculo, como cualquier otro, deja una huella en nuestro psiquismo y por supuesto matiza nuestra identidad.
Esta reflexión serviría para contestar a la pregunta que formula recientemente Grotstein en su libro ¿Quién es el soñador que sueña el sueño? (2000). Este autor propone la existencia de una especie de “enano en la máquina” que gesta el sueño que soñamos, a la manera de Cyrano apuntando frases de amor a Christian para que se las dedique a Roxanne (el ejemplo es suyo). Pues bien, podemos plantear que no hay tal Cyrano interno, ni soñador inefable y numinoso, como describe Grotstein. Nada causa los sueños, estos simplemente suceden porque no pueden no suceder. Los sueños no poseen funciones, sino desarrollan consecuencias. Estamos demasiado sometidos a un lenguaje antropocéntrico que considera la causalidad como elemento fundamental del razonamiento. El torrente no ejerce la función de arrastrar las ramas podridas hasta el valle, simplemente las encuentra a su paso y las empuja. La mirada antropocéntrica nos lleva la búsqueda incesante de enanitos en nuestro mundo interno que nos dejen felices con una buena visión causal que aplaque nuestra angustia. No es extraño que, como en el caso de Grotstein, este tipo de argumentos acaben deslizándose hacia una prosa entre lo esotérico y lo sencillamente religioso, vinculando el inconsciente al misterio, al más allá y al espíritu universal que todo lo anima.
Pero no olvidemos que la pulsión no puede ser siempre elaborada a través de lo simbólico, a través de las alucinaciones del deseo, de los sueños o de la fantasía. Una noticia recientemente aparecida en los diarios nos ilustra este aspecto con toda claridad. La policía de tráfico detuvo en una autopista gallega hace pocos días a un tetrapléjico que viajaba en su camilla con motor, dirigida por una pajita que movía con la boca. El arriesgado conductor, envuelto en una manta de cuadros, confesó a los agentes que”se había equivocado en un cruce” y había creído mejor seguir adelante. Su destino era una famosa casa de citas de la zona llamada Jade. Cuando los agentes se mostraron sorprendidos por esto, les señaló: “a ver si creen que por ser terapléjico no necesito desahogarme…”
EL TIEMPO Y LOS SUEÑOS
¿Podemos investir libidinalmente el tiempo?. ¿Puede un tiempo ser “nuestro tiempo”?. Si me permiten la licencia de llamar “cronones” a las hipotéticas partículas de tiempo, ¿podemos recubrir esa partículas con nuestra energía libidinal para que así no nos sean ajenas?. El simple discurrir del tiempo constituye para algunos una pérdida clave que empuja a recuperarlo y recuperarse en lo que fueron. Nos empuja a la busca del tiempo perdido.
El tiempo de Proust es casi un éxtasis del momento (2000). La observación es minuciosa, obsesiva. Cada detalle, cada gesto, cobra una importancia vital y despierta en el narrador una catarata de evocaciones, como si del relato de un sueño se tratara. El colorete corrido de los labios de Mrs. Charlus, pederasta orgulloso y tímido, con esa mezcla de ternura y patetismo que nos recuerda “Muerte en Venecia”. El glorioso pasado familiar está al servicio del momento. El colorete no es el colorete de Charlus, sino el de un par de Francia, un esteta, un intelectual diletante y a la vez perseguidor incansable de mozos de estación, artistas en ciernes y jóvenes prometedores.
El futuro es en cierto modo ominoso o, a la manera freudiana, siniestro. Intuimos que una desgracia va a afectar a Charlus cuando algo o alguien le
sitúe en la deshonra pública. El colorete que se corre en ese instante nos evoca el honor, la posición y la vida que se le está escapando a borbotones sin que se de cuenta. Los sueños, y el deseo de Charlus se llenan de jóvenes efebos que le rodean admirándole. El, como un nuevo Sócrates se desplaza entre ellos, regalando caricias y máximas preñadas de sabiduría, recibiendo respeto y orgasmos. Pero Proust se encarga de mostrarnos que eso no ha de suceder. Como siempre, el futuro nos elude y posee sus propios planes. Charlus, sin embargo, no el Narrador ni el lector, vive en un espacio de juego, en un como sí donde los sueños son posibles y la renuncia no es imprescindible. Ésta queda para quienes por cobardía, ignorancia o espíritu de sacrificio renuncian a soñar y aceptan la impotencia ante la muerte y el azar. El sueño de Charlus le permite ese sutil alejamiento de la realidad que hace posible el placer. El disfrute de la reuniones chic en el barrio de Saint Germain y el que le proporciona el mozo de estación en un sórdido rincón de un almacén. El placer de los sentidos que el Narrador expresa como nadie. El placer de una sombra, de un trino, de un aroma. Un placer del ahora, sin tiempo, pero que a la vez despierta en el Narrador, y en nosotros un verdadero viaje, hacia memorias pasadas y deseos futuros. Proust insiste en que la observación minuciosa del mundo, el penetrar en profundidad en los objetos y las personas es el verdadero camino real para el conocimiento de nosotros mismos.
No hay lecturas inocentes y hoy sabemos, o creemos saber, que hay algo de Charlus en Proust. Cuando el futuro ominoso le alcanza y corren los rumores sobre su homosexualidad, Proust se ve obligado a batirse en duelo. Se bate por su honor y contra el tiempo, reta a pistola por el derecho a soñar, a jugar y a vivir.
Hay un aroma onírico en esas descripciones prolijas de Proust, que dedica treinta páginas a detalles quizá triviales. El tiempo queda suspendido mientras las manchas de café en una servilleta se transforman en universos enteros y una guía de horarios de los trenes de cercanías contiene la historia de Francia. Dice Alain de Botton (1997), crítico literario y especialista en Marcel Proust: “un verdadero homenaje a Proust sería mirar a nuestro mundo a través de sus ojos y no a su mundo a través de los nuestros”. Cuenta de Botton cómo Proust se quejaba ante un interlocutor que le describía una de las reuniones del Tratado de Versalles: “no vaya demasiado rápido” (“n’allez pas trop vite”), queriendo que el tiempo se detuviera para examinar cada detalle, cada mirada, cada gesto, cada conversación, cada objeto de una habitación. Ese no ir tan rápido podría convertirse en lema proustiano. Pero atención, Proust en su mirar obsesivo no observa el mundo, sino a sí mismo. Los detalles son trampolines exploratorios que le permiten saltar hacia atalayas de observación más y más elevadas, en un mirar al otro para mirarse dentro como si de terapeuta y paciente se tratara, ambos examinando los detalles de un sueño para evocar un torrente asociativo que les permitirá acercarse a una verdad más profunda.
Julia Kristeva, en su obra “Los Samurais” (1992) describe a un personaje japonés, filósofo, poeta y soldado para quien el acto final del suicidio ritual supone el broche que cierra el sentido a toda su vida. El ritual del suicidio del samurai puede suponer un acto supremo de dominio sobre el propio destino. El poeta soldado quiere ser dueño de su vida y prefiere elegir el momento y la forma de su partida. Puede que esa convicción de no ser un esclavo de Cronos y no someterse a sus designios le otorgue esa paz interior que le acompaña. Pero a muchos de nosotros el personaje nos despierta respeto, pero nuca entusiasmo. Hay un rictus amargo en esa vida, construida sólo sobre la renuncia, sin espacio para el juego y por tanto sin espacio para el placer. Falta ese “como si” que abre la puerta al gozo y a la vida, que puede concebirse bien como un regalo maravilloso o bien como sólo un espacio de responsabilidad. Dejarse llevar por la corriente y disfrutar en ella o saltar torrente arriba, aleteando hacia una muerte orgullosa y cierta. Caminos diferentes y vidas posibles. Dice un personaje de Kristeva que el escribir es el único acto que mezcla amor y guerra que nos queda…
La renuncia al control del tiempo se establece como requisito fundamental para alcanzar la madurez. Pero a la vez es necesario un juego, un como sí que permite vivir como si el tiempo fuera infinito y los absolutos posibles. Los sueños sin duda cumplen un papel en este sentido, conectándonos al mundo de la fantasía donde todo es posible. Los sueños ponen al sujeto en contacto con el mundo de los deseos y los temores, con lo que está más allá de la realidad cotidiana. El juego del niño continúa en los sueños del adulto, a veces el único espacio de libertad e irresponsabilidad que queda a partir de una cierta edad. Puedo soñar que vuelo cantando por encima de los edificios y ser un discreto notario, que soy un secuaz de Al Capone y vivir como un abnegado voluntario, que seduzco a mi hermosa vecina y ser a la vez un esposo fiel e intachable. El espacio que en la vida diurna aportamos los analistas al paciente que nos consulta, un espacio para la fantasía, es el espacio que la naturaleza nos aporta en los sueños nocturnos. De ahí que todo individuo reciba cada noche entre las sábanas una lección de vida. Soñar es jugar y jugar es vivir. El camino de la renuncia exige un sacrificio por encima de todo: no soñar, ni los sueños del día ni los de la noche. Soñar es peligroso, ya lo decía Goya: “El sueño de la razón produce monstruos”.
Algunos autores niegan la presencia del tiempo en las capas más profundas de nuestra psique. Desde el propio Freud, que afirmaba la ausencia de tiempo en el inconsciente, hasta María Zambrano (2004), que destaca la “falta de sometimiento del sueño al fluir temporal”. La filósofa ve el sueño como un oasis de libertad de la psique, que se manifiesta con mayor libertad ajena al corsé temporal. Visto desde la atemporalidad del sueño, nos dice, el tiempo es ante todo apertura, vía de acceso y vía en que marchar y en que conocer. Puede que la atemporalidad a la que se refiere sea en realidad no una ausencia de tiempo, sino un tiempo peculiar y diferente. El tiempo de la nachträglichkeit o acción diferida, el del presente que da sentido al pasado, la imagen actual que otorga carácter traumático a aquello que no lo tenía; el tiempo del psicoanálisis. Zambrano habla de la realidad que se nos hace ajena cuanto más real es, convirtiendo la vigilia en sueño. Quizá el rasgo fundamental de esa realidad que se hace ajena es un insuficiente investimiento libidinal que nos fuerza a estar apartados de los objetos que nos rodean y nos obliga a percibirlos “como en un sueño”. Nos señala la autora que el hombre es el ser que padece su propia trascendencia. Ello le empuja a una pasividad en cierto modo contraria a la “orexis”, la avidez o el deseo propio de la psique. Esta pasividad, a mi modo de ver es el correlato a la cadena de renuncias que el sujeto debe llevar a cabo para tramitar su impotencia y su indefensión ante el azar. Una pasividad que nuca es completa; arrastrado por el torrente de la orexis, el sujeto pondrá en marcha estrategias de juego que le permitan un escape, al menos a través de la fantasía, hacia la eternidad y la belleza absoluta.
Los sueños son el espacio de lo mágico que aún perdura en el hombre moderno. La magia es el lugar de lo imposible, de lo que se sitúa más allá de nuestro poder. Hasta el burócrata más anancástico vive un momento cada noche en el que puede suceder cualquier cosa. Eso nos recuerd
a que existe algo más allá de la realidad cotidiana y nos conecta con el espacio de juego que constituye la otra faceta de la salud; ese como sí que complementa la renuncia a lo absoluto y da entrada a la asunción del azar y a nuestro sometimiento ante él.
NEUROBIOLOGÍA Y PSICOANÁLISIS. SUEÑOS Y TIEMPO
Luis Miguel Martínez, Profesor de Geología en la UPV , lleva años explorando un territorio fascinante y muy evocador para nosotros. Analiza los materiales de los que están hechas las construcciones del pasado. Estudia desde dólmenes a catedrales góticas y deduce de qué cantera proceden las piedras utilizadas, cuándo fueron extraídas, con qué herramientas, cuáles fueron las vías y los medios de transporte. En su libro “ La Tierra de los Pilares” (2004), nos muestra una visión diferente de la historia, centrada en la materia que constituye los objetos y no en las formas de éstos. Si se me permite el abuso, el autor describe una “arqueología de la pulsión”, yendo más allá, o más acá, de las maneras en las que ésta encuentra expresión. Esa materia prima pulsional estaría anclada en el mundo físico y biológico, quizá mensurable tal como Freud soñaba. Las formas corresponden al mundo de las fantasías y los sueños, las representaciones de objeto y nuestro mundo interno en general, anclado en la materia pero no reducido a esta. Cuando reflexionamos sobre los contactos entre la biología y el psiquismo no puedo dejar de pensar que quizá estamos intentando combinar dos mundos obviamente inseparables, pero a la vez inevitablemente diferentes como la materia y la forma. Los neurobiólogos serían historiadores de la materia y nosotros, los del mundo psi nos afanaríamos en el estudio de las formas y sus aconteceres.
Ansermet y Magistretti (2006), en un texto que para mí refleja mejor que ninguno las conexiones entre neurobiología y psicoanálisis, ponen en relación el origen de la pulsión con un desequilibrio entre el escenario fantasmático y el estado somático. Cuando la tensión generada por el estado somático no puede ser elaborada a través del escenario fantasmático la descarga pulsional se hace imprescindible o sobrevendrá un displacer creciente. Este oleaje pulsional inscribe a mi modo de ver el tiempo en el inconsciente y en nuestro mundo interno. Hay un antes y un después de la descarga, una sucesión de estados diferentes que marca una secuencia temporal. Sería sensato pensar que esas corrientes temporales de la pulsión se hallan vinculadas a los diversos relojes biológicos que regulan nuestro organismo con la ayuda de los “zeitgeber” (donantes de tiempo) término evocador que denota a los estímulos externos que modulan el reloj temporal de nuestro cuerpo. Reloj que, entre otras cosas, marca los tiempos del dormir y de la vigilia que construyen uno de los primeros ritmos vitales.
Estos autores intentan desarrollar una fisiología del inconsciente tomando como base conceptual la plasticidad neuronal. Cada estímulo, sea conscientemente percibido o no, sea interno o externo, actúa sobre la red neuronal dejando una huella, psíquica y somática y modificando de paso.
Turner, (en Ansermet y Magistretti 2006) neurobiólogo inglés, afirma “Nunca utilizamos dos veces el mismo cerebro”. Una vez más nos enfrentamos al tiempo inscrito en las más mínimas operaciones de nuestro cuerpo y nuestra mente. Existe, sin embargo, una continuidad diacrónica de nuestra identidad, que requiere un trabajo formidable para poner en relación constante estados actuales con aquellos del pasado y así mantener viva una convicción básica, habitualmente implícita: “soy el que era”.
Que todo esté determinado no supone de ninguna manera que sea previsible. La plasticidad permite que todo se inscriba, que la experiencia deje huella y que esta sea determinante, pero esto no quiere decir que podamos prever el devenir que implica. Igual que en la teoría del caos el batir de las alas de una mariposa en Japón puede quizá determinar la aparición de un huracán en el Caribe, generando acontecimientos encadenados, cada uno de consecuencias imprevistas, así una nueva huella se inscribe en la red neuronal –y en el psiquismo- sobre una miríada de huellas anteriores dando lugar a encadenamientos de consecuencias imposibles de determinar. No quiero dejar pasar la advertencia que Ansermet y Magistreti nos hacen en su libro: “el inconsciente no es una memoria, sino un sistema de huellas mnémicas reordenadas que no son un reflejo de la realidad externa que las ha engendrado”. Yo añadiría que si sumamos la energía pulsional nos acercaríamos todavía más al inconsciente psicoanalítico.
EPÍLOGO
Verdad, sueño, Dios y Tiempo son conceptos cuyos significados se entrecruzan, dando lugar a una maraña conceptual rica en matices. Dios el infinito y eterno es el gran paraguas alrededor del cual se refugian las personas buscando amparo en este “valle de lágrimas”. No somos eternos, pero El sí lo es y nos dará esa vida más allá de la vida que nos permite eludir, al menos parcialmente, esa renuncia al tiempo y al control sobre la vida y nos alivia aportando una suerte de omnipotencia vicaria de la comunidad de creyentes. Fuera de ese grupo se halla otra verdad, la impotencia y la muerte; eso sí, una verdad que al modo gadameriano genera una comunidad de personas libres que pretenden enfrentarse con dignidad a la vida y a su final. La vida es un ascensor donde conversamos para eludir la angustia del silencio y la certidumbre de que tras la última parada termina el viaje. Entre planta y planta, quien puede juega y ríe, apartando de la mente el último piso y soñando, de día y de noche, que el ascensor no se detendrá nunca y seguirá escalando, como decía Buzz Lightyear, “hasta el infinito y más allá”.
Dante nos cuenta cómo Ulises arenga a sus hombres a enfrentarse al temor, cruzar las columnas de Hércules y alcanzar el mar tenebroso al otro lado. Les dice: “No fuisteis hechos para vivir como bestias, sino para perseguir la virtud y el conocimiento” (Fatti nos foste a viver come bruti, ma per seguir virtute e conoscenza) (Dante Alighieri 2005). Los intrépidos griegos echaron a un lado sus miedos, cruzaron el estrecho y, desgraciadamente, fueron devorados por las fieras marinas que los aguardaban. El amargo final del relato de Dante es que Dios castigó a Ulises el astuto con el infierno eterno, acompañado por otros malos consejeros. El peligro acecha a la busca de la verdad y no siempre el triunfo aguarda tras el arrojo y el riesgo. Todos llegamos a la última parada, pero los recorridos pueden ser muy diversos. Cada individuo debe escoger a cada instante entre la locura, la muerte, el sueño o la renuncia.
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Referencias
Alexander C. Atrapados En El Hielo . 9 ed. Barcelona: Planeta, 2005, 1-221.
Ansermet F; Magistretti P. A cada cual su cerebro. Plasticidad neuronal e inconsciente. Katz Editores. Buenos Aires. 2006
De Botton A. How Proust can change your life. Picador. London. 1997.
Dante Alighieri.Comedia. Infierno. Canto XXVI; vers 119-120; Seix Barral. Barcelona.2005
Dick, Philip K. Do androids drem of electric sheep?. Gollancz. London 1999 / Scott, Ridley. Blade Runner. Warner. 1982
Freud S. El chiste y su relación
con lo inconsciente. Obras Completas. Cuarta Edición.Tomo I. Biblioteca Nueva. Madrid. 1981.
Ferrater Mora J. Diccionario de Filosofía. Círculo de Lectores. Barcelona. 1991.
Grotstein JS. Who is the dreamer who dreams the dream?. A study of psychic presences. The analytic press. Hillsdale NJ. 2000
Kristeva J. The samurai. Columbia University Press. New York. 1992.
Le Poulichet S. La Obra Del Tiempo En Psicoanálisis . Buenos Aires: Amorrortu, 1996, 1-183.
Martinez Torres LM. La tierra de los pilares. Universidad del País Vasco. Bilbao. 2004.
Proust M. A la busca del tiempo perdido. Mauro Armiño Editor. Tres tomos. Valdemar. Madrid. 2000.
Rorty R; Vattimo G. El futuro de la religión. Paidós Ibérica. Barcelona. 2006
Zambrano M. Los sueños y el tiempo. Segunda Edición. Siruela. Madrid. 2004