Las Neurociencias han experimentado un gran desarrollo en las últimas décadas. La investigación en genética o en imagen funcional o estructural avanza a un paso frenético, generando un flujo constante de nuevos conocimientos. Al mismo tiempo, el Psicoanálisis ha experimentado globalmente un claro declive, que se refleja en una menor influencia en la cultura, la Universidad o el mundo de la Salud Mental. Sin embargo, hay algunas señales optimistas que apuntan a una lenta pero cierta recuperación. Muchos factores han contribuido a esta nueva situación. Pueden destacarse especialmente tres: el interés en los Trastornos de Personalidad, la Teoría del Apego y los nuevos vínculos con las Neurociencias. En algunos casos, los tres factores se aúnan para dar lugar a verdaderos descubrimientos. El acercamiento a las Neurociencias ha encontrado mucha contestación en el campo del Psicoanálisis. Muchos analistas, incluyendo algunos en posiciones de poder en nuestras instituciones, desconfían de tales avances y se refugian en los modos tradicionales de abordar el trabajo clínico y la investigación. Obviamente, existen también colegas que mantienen una visión ingenua de las Neurociencias, esperando de ellas confirmaciones que no pueden aportar. Nos guste o no, algunas de las más interesantes propuestas del psicoanálisis contemporáneo proceden de proyectos que implican a las Neurociencias o que al menos se aprovechan de la metodología de investigación aplicada habitualmente en las ciencias naturales y que va más allá de las carencias metodológicas habituales en los trabajos psicoanalíticos tradicionales. Este re-descubrimiento de la naturaleza y de las ciencias en psicoanálisis debiera ser considerado no como un escape de nuestra tarea fundamental, sino por el contrario, de una verdadera recuperación de la actitud de descubrimiento y riesgo que antaño caracterizó a nuestra disciplina.
Psychoanalysis and Neuroscience. Friends or enemies?
Neurosciences have experienced a tremendous development in the last decades. Research on genetics, structural and functional neuroimaging advance at a frantic pace, producing a steady gain in knowledge. At the same time, Psychoanalysis as a whole has been in decline, reflected in a reduced influence on culture, academia and mental health. However, there are some optimistic signals pointing to a slow but steady recovery. Many factors have contributed to this changing situation and three of them seem particularly important: interest in personality disorders, attachment theory and links to neuroscience. In some remarkable cases, all three factors come together to produce real breakthroughs. The approach to Neuroscience has been specially contested among us. Many psychoanalysts, including some in power positions within our institutions, distrust these advances and take refuge in more familiar approaches to clinical work and research. Obviously, there are also colleagues who maintain a naïve view of Neuroscience, expecting confirmations it can never provide. Whether we like it or not, some of the more interesting ideas in psychoanalysis today come from projects involving Neuroscience – or at least taking advantage of a research methodology more usually applied to natural sciences, and going well beyond the methodological flaws often found in traditional psychoanalytic papers. This re-discovery of nature and science in psychoanalysis should be considered not as a deviation from our core field, but rather as a return to the attitude of discovery and risk taking our discipline once showed, and lost.
(Una version e este trabajo fue presentada en el XVI Congreso de la International Federation of Psychoanalytic Societies –IFPS- en Atenas, Octubre de 2010)
Reconocimiento
Este trabajo ha recibido el apoyo de la Comisión de Investigación del Hospital de Basurto y de la Fundación Vasca para la Investigación en Salud Mental (OMIE).
Introducción
Hace pocos días, unos colegas y yo entrábamos apresurados en un ascensor del hospital donde trabajo. Un compañero de Medicina Interna, haciendo un gesto ceremonioso, dijo al vernos: “¡Dejen paso a los médicos del alma!”. El chiste, como bien sabemos, es otra puerta de entrada a un mundo de hallazgos significativos. Lo cierto es que, más allá de la broma, el comentario de mi amigo internista revela una creencia mantenida a medias, pero profundamente enraizada en muchos profesionales de la salud, incluidos médicos y psicólogos. El mundo de lo emocional, de lo relacional, de las pulsiones y de la psique en el sentido más amplio, está separado por un abismo infranqueable del mundo del cuerpo y de lo físico.
En 1649, Descartes publica su trabajo Les passions de l’âme (Las Pasiones del Alma) estableciendo la doctrina del dualismo mente-cuerpo.Este genio francés murió poco después dejando tras de sí una vasta obra que ha influido poderosamente en el desarrollo del pensamiento universal. Otros filósofos, tanto contemporáneos como posteriores a él, han abordado el mismo tema desde ángulos diferentes y han propuesto nuevas soluciones. Oficialmente la posición dualista ya no se halla en la primera línea y los filósofos actuales (Searle, Chalmers, Dennett…) proponen visiones más complejas que incluyen algún nivel de integración de la mente y la materia.
Pero esa doctrina oficial que rechaza la visión dualista por su ingenua simplicidad posee escasa influencia en la práctica diaria médica, psiquiátrica, psicológica e incluso en la visión social de lo psíquico. Desafortunadamente, Descartes se ha convertido en un no-muerto, en un “vampiro teórico” que cada noche escapa de su ataúd para aterrorizar a las buenas gentes de la ciencia .
Desarrollos recientes en Neurociencias
Las Neurociencias constituyen una de las ramas del saber que ha experimentado un mayor crecimiento en las últimas décadas. La Bibliot
eca del Congreso de los EE. UU y el NIMH (National Institute of Mental Health), desarrollaron una iniciativa que culminó con la proclamación por el Presidente Bush, del período 1990-2000 como “Década del Cerebro”. Numerosos equipos de investigación en todo el mundo se han focalizado en el estudio del Sistema Nervioso Central y temas como el de la Conciencia y su biología, antes proscritos en la Ciencia seria o abordados solo por Profesores a punto de su retiro, se hallan ahora en el centro del debate científico. Una de las cualidades que hacen atractiva a esta disciplina es su obligada multidisciplinariedad. Biólogos, médicos, psicólogos, incluso filósofos, sociólogos, matemáticos, físicos… participan juntos en proyectos de un campo apasionante. El año 2000, como colofón a ese decenio, el Premio Nobel fue concedido a tres investigadores en Neurociencias: Arvid Carlsson, Paul Greengard y Eric Kandel. Algunos desconocen que Eric Kandel no solo es psiquiatra, sino que recibió entrenamiento psicoanalítico que sin duda ha favorecido su constante interés hasta el día de hoy por el psicoanálisis y su papel para entender el psiquismo humano.
Algunos avances en las técnicas de investigación han posibilitado el enorme desarrollo de las Neurociencias. Podemos destacar principalmente la genética y la neuroimagen. El punto de inflexión en la investigación genética coincide con el descubrimiento del PCR o “Polymerase Chain Reaction”, una técnica relativamente sencilla y asequible que permite amplificar una o pocas copias de AND hasta dispobner de miles o millones de copias de una secuencia particular de material genético. Dado que un gran número de genes en nuestra especie se expresan en el Sistema Nervioso Central, la PCR ha supuesto una herramienta clave en este área.
El segundo avance clave ha consistido en las técnicas de Neuroimagen. Las técnicas de imagen estructurales, CT y NMAR nos ha permitido una cercanía a las estructuras más finas del cerebro humano en el individuo vivo jamás soñada. Las técnicas de imagen funcional, sean el SPECT, PET o la Functional NMAR nos permiten comprobar con una enorme precisión topográfica, la reacción de las diferentes estructuras cerebrales a una variedad de estímulos: cognitvos, farmacológicos, emocionales…. Así, somos capaces de ver qué áreas se activan y cuáles no al leer, al recordar, al sentir pena o alegría, al calcular, al enfermar de uno u otro modo, etc. Este área implica necesariamente la colaboración de diferentes profesionales, provenientes de la física, la psicología y la medicina.
Las técnicas de neuroimagen se han incorporado además a la rutina diaria de hospitales y centros de salud, lo que las acerca a nuestra experiencia diaria. Muchas personas han sido exploradas con estos aparatos y han podido asomarse al interior de su cerebro. Thomas Mann describe en La Montaña Mágica (1996 [1924]) como Hans Castorp observa fascinado los huesos de su mano en una placa de Rayos X. Noventa años después, podríamos observar incluso las reacciones de la Glándula Pineal, esa pequeña estructura que para Descartes constituía el puente que unía el cuerpo y el espíritu.
La evolución reciente del Psicoanálisis
El auge de las Neurociencias se ha visto acompañado, casi en paralelo, por un claro declive del Psicoanálisis. Desde los primeros ochenta, los psicoanalistas han desaparecido de la primera línea académica en muchos países y especialmente en Estados Unidos donde un día ocuparon posiciones de privilegio en muchos departamentos. Lo mismo ha sucedido en cuanto a su influencia en los sistemas sanitarios, tanto en países como España, donde nunca tuvieron gran presencia oficial en el sistema público, como en lugares de elevada renta per cápita donde el estado financiaba largos tratamientos psicoanalíticos. También esos países comienzan a cuestionar las amplias coberturas anteriores y hacen énfasis en el uso de abordajes terapéuticos que han demostrado su eficacia y están “basados en la evidencia”.
A nivel organizativo e institucional, nuestra ciencia se halla hoy dividida en una multitud de grupos y facciones que debaten la verdadera herencia del legado freudiano y desafortunadamente dedican insuficiente tiempo y esfuerzo a la mejora de los métodos docentes y a la investigación. Lo que a veces se entiende por investigación psicoanalítica consiste en una exposición de viñetas clínicas muy seleccionadas que dan pie a una reflexión en la que el autor avanza ideas con el apoyo de referencias de Freud, autores clásicos hasta Melania Klein o Winnicott y muy pocos autores contemporáneos, en general pertenecientes al grupo del autor del trabajo. Son excepcionales las citas de los últimos cinco años, que en cualquier otra disciplina constituirían la base de la revisión bibliográfica. Kächele et al (2009) señalan la necesidad de que “… las anécdotas literarias y los relatos cortos con su caracter extremadamente subjetivo sean sustituidas con más frecuencia por investigaciones de caso único empíricas y verificables.”
Este provincialismo dificulta sin duda el progreso en nuestra disciplina y favorece el estancamiento clínico, docente e investigador. Cada pequeño grupo se apoya en visiones más o menos idiosincráticas de orientaciones teóricas, seleccionando lecturas adecuadas y creando también un verdadero “índice de libros prohibidos” que a quienes vivimos en países donde la influencia religiosa ha sido importante nos trae recuerdos preocupantes.
David Tuckett, en su editorial de despedida del International Journal of Psychoanalysis (2001) afirma que “ el psicoanálisis ha fracasado a la hora de transformar sus logros clínicos y su capacidad para iluminar la experiencia subjetiva humana en un conjunto de proposiciones demostrables y sostenidas con seguridad. Ha peleado sin éxito para conseguir algo más que un conjunto de opiniones apuntaladas por dogmas e ideología…”
Señales optimistas en el Psicoanálisis actual
Junto a todo lo que acabamos de señalar, existen datos que muestran un cambio importante en ese panorama sombrío. Poco a poco, algunos psicoanalistas comienzan a tener presencia en los círculos académicos más respetados, el mundo
sanitario en general vuelve a mirar a nuestra disciplina con atención e interés e incluso algunas de las revistas de mayor difusión en el área comienzan a incluir trabajos que siguen una metodología propia de conjunto de las ciencias. Se habla de hipótesis, de confirmación, de refutación, de evidencias…. Creo que puede hablarse de una recuperación, lenta pero cierta. Rápidamente debemos señalar que esta recuperación no afecta a las instituciones psicoanalíticas. Todas ellas se hallan en una crisis profunda y no soy optimista respecto a su futuro si no se producen cambios radicales en su funcionamiento y objetivos. La recuperación de la que hablamos tiene que ver con el Psicoanálisis y sus aplicaciones, no con las instituciones que lo representan. El Psicoanálisis como modelo terapéutico y como herramienta de investigación del psiquismo, en cambio, parece mostrar señales de nueva fortaleza y energía.
Son muchos los factores que podrían estar relacionados con este cambio de tendencia. Me atrevería a señalar tres más relevantes: el interés por los Trastornos de Personalidad, la influencia de la Teoría del Apego y un nuevo acercamiento a las Neurociencias. En ocasiones los tres factores se han combinado, dando lugar a avances muy relevantes, acogidos por la comunidad científica con interés y respeto.
La atención a los T de Personalidad ha llevado al Psicoanálisis a un contacto estrecho con todos los profesionales de Salud Mental. Las guías de práctica clínica existentes sobre la atención a los T de Personalidad y especialmente a los T Límites de la Personalidad, sitúan los abordajes psicoterapéuticos como el eje del tratamiento. Entre los cuatro o cinco modelos que cuentan con evidencias de eficacia contamos con dos psicoterapias psicoanalíticas, la Psicoterapia Focalizada en la Transferencia, de Kernberg y Clarkin (Clarkin et al 2006) y la Terapia Basada en la Mentalización de Bateman y Fonagy (Bateman & Fonagy 2004). Ambos grupos han hecho una magnífica labor docente e investigadora, difundiendo sus modelos y acercando las técnicas psicoanalíticas y los conceptos teóricos que las amparan a profesionales antes alejados del mundo psicoanalítico. Sobre todo, han creado líneas de investigación que permiten cuestionar y confirmar o no los sucesivos hallazgos, refinando la técnica y extendiéndola a grupos diferentes como adolescentes (Kernberg et al 2008; Foelsch et al 2008)o pacientes con TP de nivel funcional alto (TFP) (Caligor et al 2007)o pacientes TP en régimen ambulatorio (MBT) (Bateman & Fonagy 2009).
La teoría del apego, basada en las aportaciones de Bowlby (1969) y desarrollada luego por Ainsworth (Ainsworth et al 1978) y otros, no solo ha servido de fundamento para el modelo de la MBT, sino, sobre todo, se ha convertido en un nexo de unión de nuestra disciplina con todas aquellas Ciencias del Hombre en su sentido más amplio, desde la Sociología y la Educación hasta las Neurociencias y la biología molecular. Alrededor de experiencias relacionales tempranas, tan consustanciales a la teoría psicoanalítica, se reúnen profesionales muy diversos que por primera vez comparten datos e investigan juntos. Es interesante recordar que en Física se ha dedicado mucho tiempo y esfuerzo a la búsqueda de la gran “Teoría del Todo”, capaz de unir la Teoría de la Relatividad, que nos explica el Cosmos, con la Mecánica Cuantíca, sin rival a la hora de explicarnos lo infinitamente pequeño. En nuestro campo, la Teoría del Apego y sus aplicaciones podría asumir el papel de esta teoría total que busca la gran unificación en la Física. Quizá por vez primera, clínicos y genetistas unen sus fuerza en proyectos comunes, ofreciendo resultados que podrían iluminar a biólogos y psicoanalistas por igual. Moshe Szyf (2010), uno de líderes en el campo de la epigenètica, afirmaba recientemente que la relación materno-filial puede influir poderosamente en el modo en el que un adulto responde a un fármaco determinado. Estas ideas aún no se han difundido hasta llegar a la clínica diaria con suficiente fuerza, pero sin duda lo harán.
Los grupos que intentan avanzar en estas nuevas líneas de investigación se ven obligados a luchar por el respeto y por el espacio para moverse en el seno de instituciones psicoanalíticas no siempre animadas a apoyar o incluso entender esos esfuerzos. Así, estos investigadores encuentran a menudo enemigos a ambos lados: dentro de sus propias sociedades psicoanalíticas, donde se desconfía del carácter “psicoanalítico” y de la utilidad de tales investigaciones y también desde la comunidad científica global, desconfiada del rigor metodológico de todo tipo de psicoanalistas. No es de extrañar que, rodeados por tanta desconfianza, muchos esfuerzos investigadores de esta índole no llegan a buen puerto
En medio de esta actitud de indiferencia o incluso hostilidad más o menos generalizada hacia la neurobiología en el Psicoanálisis, han surgido en los últimos años figuras que han intentado, y a menudo conseguido, saltar ese abismo que nos separa de las ciencias biológicas. En ocasiones se trata de psicoanalistas con formación biológica (Solms 2003, Lewin 2004) que no han renunciado al estudio del cuerpo, en otras de Neurobiólogos como Kandel (1998, 1999, 2007) o Changeux (1985, 2001), o Panksepp (2004), o Le Doux (2003) o Damasio (2000) que se muestran interesados también por el psiquismo como el fruto más noble de nuestro organismo. Incluso encontramos equipos en los que psicoanalistas y físicos (Martin, Carminati, Galli-Carminati 2009) o psicoanalistas junto a neurobiólogos (Ansermet & Magistretti 2007) investigan juntos en torno a las bases físicas del psiquismo humano. Algunos de estos valientes colegas llaman a nuestras puertas y a veces reciben la atención que merecen. Para ellos y también para muchos de nosotros, ya ha llegado el momento para un reaproximación entre el Psicoanálisis y las Neurociencias (Schore 1997). De hecho, los artículos que exploran la interacción entre neurociencias y Psicoanálisis comienzan a ser numerosos y a promover debates muy vivos entre clínicos e investigadores. La revista “Neuropscyhoanalysis” ”(Oliver Turnbull & David Olds Editores) es un ejemplo excelente de esos prometedores intercambios.
La renovada cercanía a las Neurociencias ha aportado muchos beneficios al Psicoanálisis. A mi modo de ver son de varios órdenes. Por un lado nos reintegra a la comunidad científica general y convierte a nuestros hallazgos y teorías en parte del conocimiento global. Por otro nos permite estudiar el soporte físico de lo mental, lo que nos ayuda a complementar y refinar nuestras propuestas, y hace posible además que aportemos modelos y conceptos que pueden sin duda enriquecer la investigación de los biólogos. Pero sobre todo conlleva una actit
ud y una metodología. El acercamiento a la Neurociencia supone la recuperación por el psicoanálisis de la curiosidad y de la mirada inquisitiva, del riesgo conceptual, del cuestionamiento de lo recibido y de la creatividad. Supone el abandono de una actitud defensiva y pusilánime que ha estado a punto de ahogar a nuestra disciplina. Implica además la recuperación de una metodología rigurosa, desde luego no necesariamente limitada (hay que insistir en ello) al ensayo clínico randomizado y a lo cuantitativo, pero que posibilita hacer conjeturas y refutaciones devolviendo el rigor a nuestros estudios. Suele decirse que la verdadera ciencia supone combinar una mirada extremadamente abierta con un método extremadamente riguroso. Demasiadas veces, el Psicoanálisis se ha situado en la posición contraria: un campo de investigación extremadamente estrecho junto a una metodología tan superficial que invalida cualquier hallazgo.
Temores en el Psicoanálisis respecto a las Neurociencias
El Psicoanálisis nació sin duda como una disciplina valiente, que se atrevía a cuestionar las verdades asumidas por su entorno social y científico. Freud se atrevió a cuestionar la etiología de la Histeria , rechazó la visión existente de la sexualidad, atacó los fundamentos de la familia burguesa desvelando dramas que ocurrían en la intimidad familiar, planteó con audacia la existencia de la sexualidad infantil escandalizando a muchos, se distanció de posturas benévolas sobre la naturaleza humana describiendo el instinto de muerte… incluso acabó poniendo en cuestión hasta el origen judío de Moisés. A lo lago de su vida científica Freud no vaciló en atacar cuantos dogmas se pusieron a su paso. Otros psicoanalistas siguieron sus pasos, situando al Psicoanálisis en la vanguardia de la crítica y el cuestionamiento de lo científico, de lo social, incluso de lo político.
Quizá esa relación con la verdad, aunque sea con esa verdad pequeña, profunda y personal, permite explicar las tribulaciones que el psicoanálisis y los psicoanalistas han vivido en momentos y países donde la libertad ha sido perseguida. No deja de ser una paradoja que un grupo de médicos y psicólogos, la mayoría con un indudable estilo burgués y conservador, de costumbres morigeradas y vida metódica despierten tantos recelos de dictadores y tiranos de cualquier lugar. El cuestionar, observar, preguntar, nunca ha gustado demasiado a caciques de diversa especie y unidos todos ellos por encima de ideologías han encontrado una curiosa unanimidad en su hostilidad hacia el psicoanálisis. Desde Stalin a Videla, de Honeker a Franco o Pinochet hay una curiosa coincidencia en la consideración de una técnica de psicoterapia como dañina y perseguible. No podemos considerar hoy al psicoanálisis como una herramienta para el cambio político y el avance de la democracia, pero desde luego sí puede ser, también hoy, una herramienta para cuestionarnos y cuestionar, para observarnos y observar, para cambiarnos y cambiar.
Pero, una vez dicho esto debemos reconocer que el psicoanálisis, justo al lado de esa faceta abierta, valiente, de cuestionamiento constante de lo que le rodea, posee otra mucho más oscura. El 25 de Mayo de 1913 (Makari 2009) es una fecha especialmente dolorosa para el psicoanálisis. Ese día tuvo lugar en Viena la primera reunión del tristemente famoso Comité Secreto, formado por Jones, Ferenczi, Abraham, Rank y Sachs. Su primera tarea fue examinar las aportaciones de Jung y conspirar de paso sobre las maneras de expulsarle del movimiento psicoanalítico a costa incluso de disolver la IPA. Este grupo secreto, supervisado tan solo por el propio Freud y ajeno a cualquier procedimiento democrático o meramente científico, constituye el germen de los numerosos procesos inquisitoriales que han tenido lugar en la historia de nuestra disciplina. Los miembros del comité, conocido por su crueldad, portaban un famoso anillo que, podría muy bien convertirse en un símbolo de todo aquello que el Psicoanálisis nunca debió ser.
Los inquisidores han sometido a estrecha vigilancia a los practicantes para que no se desviaran de la doctrina oficialmente establecida. Aquellos que proponían conceptos radicalmente nuevos y que no contaban con el apoyo de la autoridad eran rápidamente fulminados, mediante el uso a veces de técnicas mafiosas de desprestigio y con frecuencia poniendo en duda incluso la salud mental de quienes supuestamente abandonaban el recto camino. Ya desde los primeros momentos, se abandona la posibilidad de un libre examen de las teorías creadas, se soslaya la elaboración de una metodología de comprobación de hipótesis, de un camino para comprobar los contenidos de verdad entre las diferentes propuestas y permitir así a los profesionales elegir de forma madura. Desde entonces, ante cada nueva propuesta el psicoanalista observará atento la mirada de las autoridades de su grupo, que sancionarán con su aquiescencia o rechazarán sin más los nuevos hallazgos.
Otra consecuencia especialmente nefasta es la evolución de la formación en Psicoanálisis hacia un modelo, que aún perdura, semejante a un largo noviciado religioso en el que el alumno no aprende a cuestionar ni a pensar por sí mismo, sino que se ve inmerso en un sistema que propicia la mera imitación, el respeto a la autoridad, la aceptación respetuosa de las opiniones de los mayores y de las figuras de autoridad en cada grupo. Así, impedida de testar hipótesis y de contrastar teorías, nuestra disciplina se divide en múltiples instituciones, tribus y grupos, cada uno de ellos liderado por pequeños caudillos carismáticos que a través de la seducción y la presión directa obligan a escoger a los jóvenes entre la sumisión o el exilio.
El propio término “candidato”, que en la mayoría de los grupos se utiliza para denominar al clínico en formación psicoanalítica, es sin duda sospechoso. Candidato evoca el papel de alguien que va a ser elegido por otros. No se trata de un profesional que va adquiriendo paulatinamente conocimientos y competencias hasta ser capaz de tratar pacientes con suficiencia, cosa que sería propia de un “alumno” o, sencillamente, de un psicoanalista en formación. Se trata de alguien que debe mostrarse a quienes controlan el grupo al que pertenece, procurando resultar lo suficientemente atractivo como para ser finalmente aceptado. Y como hemos decidido que la madurez no puede ser definida ni medida y aún menos la capacidad terapéutica, hallamos con frecuencia candidatos eternos, profesionales de 45 años en posición de permanente ofrecimiento a la autoridad, a la espera de un placet cuyas condiciones no se conocen exactamente. A veces deberíamos plantearnos si la mera permanencia en ese noviciado interminable no revela en sí misma una inmadurez que dificultaría el trabajo clínico real.
Kuhn, en su famosa obra “La estructura de las revoluciones científicas” (1996) nos señala cómo las propuestas que generan cambios de paradigma en cualquier disciplina científica y por tanto avances relevantes, tienden a venir de personas en los límites de esa disciplina, nunca de las figuras consagradas, lógicamente cómodas en las posiciones de privilegio que ocupan en el Sistema. En Psicoanálisis, quienes cuestionan en alguna medida los preceptos sagrados de cada grupo tienden a callar, para seguir perteneciendo o bien fundan otro nuevo grupo que funcionará del mismo modo que el anterior, ahogando cualquier posibilidad de crítica o de cuestionamiento y alejando de sí a quienes se desvíen.
Obviamente no se trata de que estos problemas sean desconocidos. Algunas figuras prominentes en nuestro campo han llamado la atención sobre ello. Otto Kernberg publicó en 1996 el famoso trabajo “Thirty methods to destroy the creativity of psychoanalytic candidates” que explicitaba de forma descarnada la situación real del entrenamiento psicoanalítico en los institutos de la IPA, fácilmente extensible a otros ajenos a esta institución. Un observador exterior podría pensar que si una figura de este calibre y que cuenta con reconocimiento universal enuncia un juicio tan doloroso, habrá surgido una potente reacción, modificándose los programas de formación para poner en marcha los cambios que se necesitan desde hace tanto tiempo. Lamentablemente no ha sido así. Las instituciones psicoanalíticas poseen una considerable inercia que les permite resistir enérgicamente cualquier movimiento de cambio, apagándolo hasta que desaparece.
Por todo ello, el panorama del psicoanálisis es complejo y lleno de claroscuros, como no puede ser de otro modo en una disciplina científica que tiene ya más de 100 años. Al lado de ese empuje liberador, conectando al paciente con sus deseos, sus pulsiones, sus temores, está esa actitud pusilánime y acientífica de nuestras instituciones y de muchos de nosotros. Seguro que recuerdan la famosa imagen de los tres monos: uno de ellos se tapa los ojos para no ver, otro las orejas para no oir y el último la boca para no hablar. Con frecuencia tomamos, al menos a nivel institucional, el papel de los simpáticos monos: no ver la mediocre realidad institucional, no escuchar los mensajes retrógados en nuestro grupo, no decir nuestra opinión sincera para no caer en el ostracismo. Podemos tranquilizarnos al pensar que ese peligroso repertorio sólo se da en nuestro plano institucional, pero ¿estamos verdaderamente seguros de que ese no ver, no oír y no hablar no va a afectar al modo en el que trabajamos con los pacientes?.
Una de las áreas a las que no miramos es las Neurociencias. También en esto hay una cierta tradición en psicoanálisis, que afortunadamente empieza a ponerse en cuestión. Freud intento a finales del siglo XIX, sentar las bases de la relación entre lo psíquico y lo físico. Partiendo de la obra de los neurobiólogos de su época, pretendía plantear las bases físicas y neuronales de sus conceptos. El esfuerzo fue muy meritorio, pero Freud abandonó pronto el empeño sin llegar a publicar sus reflexiones. Dados los conocimientos de la época es comprensible que Freud abandonara su “Proyecto de una Psicología para neurólogos” (1953), incluso hoy sería una tarea imposible. Al abandonar lo físico, Freud se centró en el psiquismo del hombre y generó la riquísima teoría que hoy orienta nuestra práctica. Pero ese alejamiento de los biológico, fructífero en algunos sentidos, acarreó también algunas consecuencias negativas. Los planteamientos biológicos de Freud hubieran llevado a hipótesis testables y posiblemente hubiesen generado otra cultura, de hipótesis y confirmación, de búsqueda de evidencias, diferente a la que hemos vivido hasta hace poco.
El abandono por Freud de su “Proyecto de Psicología para neurólogos” es de este modo la antesala del abandono por los psicoanalistas de la biología y del cuerpo. Muchos pensarán que el psicoanálisis no ha abandonado nunca el cuerpo pues la literatura está llena de referencias a él y muchos autores han construido su carrera científica gracias a sus aportaciones sobre ello. Pero no olvidemos que en casi todos los casos se trata no del cuerpo en sí, sino de la representación del mismo. La carne y la sangre se sustituyen por las imágenes internalizadas de estos elementos, dando pie a reflexiones sin duda importantes pero que dejan a un lado a ese saco de vísceras palpitantes que es nuestro cuerpo y especialmente a ese kilo y medio de materia gelatinosa y sonrosada de donde surge nuestro psiquismo. Como damas victorianas frente a un matadero, huimos de lo que palpita y lo que sangra y preferimos jugar a que sólo nuestros pensamientos son oscuros y a que el cuerpo debe ser entregado al cuidado de otros.
Así, no miramos a la obra de Kandel, porque al fin y al cabo estudia caracoles, y ya sabemos que las bases de la memoria no pueden aportarnos nada a los psicoanalistas. Ni siquiera miramos demasiado cuando el autor: un psiquiatra premio nobel de medicina con alguna experiencia psicoanalítica y siempre decidido defensor, y crítico, del mismo, nos plantea directamente la posible relación entre la neurobiología y el psicoanálisis (1997, 1998, 2007). No escuchamos tampoco a Jean Pierre Changeux, que reflexiona sobre “el hombre neuronal” (1985) partiendo de un debate junto a psicoanalistas como Jacques Alain Miller o filósofos como Paul Ricoeur (2001). Ni mostramos interés por Rizzolatti (Rizzolatti et al 1996) y su propuesta sobre las “neuronas espejo”, área en desarrollo, pero que debería llevarnos a la reflexión en torno a fenómenos tan cercanos como la empatía y a las bases físicas de las relaciones interpersonales.
Pero en esta compleja realidad debemos también protegernos de una mirada excesivamente ingenua sobre la Neurociencia. El uso de las tecnologías de vanguardia ejerce sobre nosotros fascinación. La neuroimagen estructural y funcional hoy nos permite aventurar hipótesis sobre el funcionamiento cerebral que hace poco eran meras conjeturas audaces. Los cortes cerebrales en los que apreciamos áreas activadas o no ante diferentes estímulos empujan a la especulación y llenan páginas y páginas no solo de las revistas científicas, sino también de la prensa y las revistas generales, en las que asistimos casi semanalmente al desvelamiento de la biología del amor, la violencia, la homosexualidad, la envidia o la memoria. La realidad, sin embargo, es mucho más prosaica. El salto necesario para entender la mayoría de los fenómenos psíquicos desde lo biológico, incluso algo tan nuclear como la conciencia es todavía gigantesco. Sabemos hoy mucho más que en el pasado sobre la biología de la mente, pero nos hallamos sólo en el umbral del conocimiento en este campo. Hoy captamos más diferencias en la imagen funcional del cerebro antes y después de fumar un cigarrillo que entre el cerebro de un esquizofrénico y un control sano. Afrontamos hoy un peligro real: convertir la neuroimagen en una nueva “frenología intracraneal en colores”.
Estos hechos debieran templar nuestras expectativas sobre hallazgos radicales y recordarnos la humildad que debe presidir nuestro trabajo investigador. Cuando leemos un trabajo sobre hallazgos en neuroimagen en tal o cual situación de investigación la pregunta que a veces nos asalta es ¿y qué?. ¿Cómo hemos de entender que tal pequeña área del córtex temporal cuyas funciones no conocemos perfectamente, reciba mayor flujo sanguíneo cuando un sujeto realiza una tarea determinada?. El carácter muy artesanal de estas técnicas tan sofisticadas, el pequeño tamaño muestral de la mayoría de los estudios, la falta de replicación de los hallazgos, debería mantenernos en guardia ante muchas de las conclusiones que se muestran. También en el mundo de lo físico y lo corporal, aparentemente más fácil de medir y evaluar, la investigación es difícil y avanza muy poco a poco, requiriendo del investigador tenacidad a toda prueba y una enorme tolerancia a la frustración. Los avances mágicos, por desgracia, ocurren sólo en las novelas.
Necesitamos desesperadamente a un Profesor Van Helsing que persiga sin tregua al vampiro Descartes, encuentre su guarida y le clave una estaca en el corazón convirtiéndole en polvo. A el le daremos la Paz Eterna, nosotros por fin dejaremos a un lado visiones primitivas de la Ciencia y del ser Humano, más propias de una etapa oscura de la humanidad que de este siglo. El ser humano es un cuerpo inextricablemente unido a una mente y en imprescindible relación con otros seres humanos. Unos podremos focalizar nuestra atención en unos u otros aspectos de esa compleja realidad pero jamás deberíamos olvidar que nuestra disciplina tiene como foco de atención el ser humano y que éste no es sólo emoción y deseo sino también, quizá sobre todo, carne y sangre.
Antes de concluir quisiera aventurar una respuesta a la pregunta que planteaba en el título. El Psicoanálisis y las Neurociencias, ¿son amigos o enemigos?. Estaba tentado de responder que por supuesto deben ser amigos, o incuso ir más allá y plantear el Psicoanálisis como una rama de las Neurociencias, pero teniendo en cuenta que los lectores son sin duda expertos en las relaciones humanas, prefiero decir que los psicoanalistas y los neurocientíficos no somos ni amigos, ni enemigos, simplemente somos familia.
Miguel Ángel González Torres
Departamento de Neurociencias. Universidad del País Vasco
Servicio de Psiquiatría. Hospital de Basurto
Centro Psicoanalítico de Madrid
Bilbao.
miguelangel.gonzaleztorres@osakidetza.ne
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