Este número 20 de la revista trata de Psicoanálisis y Psiquiatría. En realidad habría que considerar ambos en plural pues aunque a lo largo de este número se habla de una psiquiatría predominante reduccionista, que recurre a la creación de nuevas nosologías para medicalizar abusivamente, también hay psiquiatras que escuchan a sus pacientes y desarrollan un pensamiento donde junto al conocimiento de la psiquiatría clásica hay un desarrollo de saberes interdisciplinares en función de su objeto; este sería el caso de Castilla del Pino, a quién queremos recordar a través del artículo de Guillermo Rendueles, A Contracorriente: la recepción de la obra de Castilla del Pino en la Psiquiatría española. Pero también habría que ser críticos con esos psicoanálisis que integran todos los aspectos (cognitivismo, un poco de neurociencias…) y que se hacen sospechosos de oportunismo. Aplicar el sentido crítico al Psicoanálisis no haría más que vivificarlo.
En la 16ª Conferencia de Introducción al Psicoanálisis (1916-17), Freud, en relación con el esclarecimiento de un caso, dice que la Psiquiatría “tiene que conformarse con el diagnóstico y el pronóstico del desarrollo ulterior, pronóstico inseguro por rica que sea su experiencia”. Al referirse al TDAH, en La medicalización de los niños. Observaciones sobre el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDHA) Silvia Tubert lo considera como un paradigma de enfermedad actual en Psiquiatría: creación de una enfermedad con su tratamiento “específico” y manipulación de diversos colectivos para lograr sin ninguna seguridad científica, la extensión de este tratamiento. No son sólo psicoanalistas sino también psiquiatras quienes hacen esta crítica recogida por ella en referencias bibliográficas de gran rigor. En relación con el Psicoanálisis –dice-no se trata de oponerlo a la Psiquiatria sino de dos concepciones del ser humano: una biologicista y medicalizadora y la otra que lo reconoce como sujeto deseante, producto de su historia y de las relaciones intersubjetivas. Javier Ramos, en La histeria fundadora del psicoanálisis: ¿Clave para un desencuentro de la Psiquiatría y la Medicina? señala una situación que se originó al comienzo de psicoanálisis y sigue vigente en la actualidad: “La histeria extiende su descrédito tanto a los pacientes que la sufren como a los estudiosos que se afanan por desentrañarla” y es excluida del campo de juego tanto por una psiquiatría que se pretende médica como por una psicología que abraza el cientificismo.
En otro artículo, Psicoanálisis y Neurociencias: puntos de encuentro ,Silvia Tubert afirma que “es imposible abordar el estudio de la subjetividad, del sentido y en términos generales de la complejidad de lo humano con los métodos utilizados por las ciencias experimentales”. Aparte de que las neurociencias confirmen las hipótesis freudianas, a partir del concepto de plasticidad se manifiesta que ambas disciplinas con su especificidad forman parte del mismo fenómeno.
En El psicoanálisis no es una neurociencia”, Norberto Lloves se plantea, ante la tendencia hacia la integración de la neurociencia y el psicoanálisis, su diferencia en sus marcos teóricos y sus objetivos terapeúticos, identificando la psiquiatría a la neurociencia. Desde cada especificidad puede haber “una convivencia posible, donde cada disciplina encuentre un espacio propio para paliar el padecimeinto que la convoca”.
El psiquatra argentino M A Materazzi, en su Paso por Madrid, muestra por un lado su preferencia por el psicoanálisis sin ser psicoanalista y su utilización del cine como herramienta terapeútica, el psicocine, siendo previamente el resultado de muchas horas de trabajo grupal.
Otro trabajo, El tiempo, el amor y la muerte en “El ansia” (Tony Scott, 1983) de Miguel Angel Gonzalez, a través del análisis de un film, desarrolla temas que tienen que ver con la eficacia emocional y creativa del cine en sí mismo y visto además desde una inspiración psicoanalítica. Aparte de despertar el deseo de ver la película, muestra como “cada obra de arte se transforma en algo nuevo ante cada espectador, cubriéndose de los sueños y fantasías de éste y provocando una interacción infinita”.